Las bolsas que ayudaba a cargar a Valeria se escurren de mis manos, ninguno de mis músculos responde a mi cerebro. Ellos disfrutaban a carcajadas su relación al aire libre, venían abrazos, y esos rasgos de Carmen tan parecidos a los míos le ayudan a Valeria a reconocerla como mi hermana. La muy desgraciada llevaba mi mismo peinado –raya al centro y los cabellos medios despeinados– quería, quiere parecerse a mí. Pero su alegría se apaga cuando me tienen al frente. Ella baja la mirada y Rafael acelera el paso. No digo nada, no tengo el valor de gritarles. Las perversas lágrimas se me adelantan y siento que a mi corazón le clavan otra vez la puñalada. Allí me quedo hecha una estatua.
- ¡Váyanse por favor! ¡Largo, largo! – escucho la voz de Valeria muy lejana a pesar de tenerla a unos centímetros, luego todo queda en silencio. Quería desaparecer del lugar. Valeria seguía gritándoles. Al tenerlos muy lejos me abraza y tomamos el camino contrario. Mis piernas responden por inercia, era como si Valeria me estuviera sacando de un campo de batalla donde las bombas me habían dejado completamente sorda.
Mientras retornamos a casa Valeria no pregunta nada, su mirada la mantiene al frente. Bajamos del auto e ingresamos a mi departamento. Esteban se encontraba en la cocina y no necesita preguntar para saber qué algo había pasado. Corro a sus brazos y las lágrimas regresan a mis ojos como una avalancha.
- Los vi juntos, los vi juntos – le digo.
¿Cómo la vida puede ser tan irónica? Me había acostumbrado a ser la escritora de mis personajes e historias, pero nunca imaginé ser la protagonista de mi propia novela.
No recuerdo a qué hora me quedé dormida, pero cuando me levanto ya era de día y estaba en mi cama con Valeria sentada en una silla que había traído de la sala. Al verme despertar deja de leer la novela que encontró sobre mi mesa de noche.
- Esteban me pidió que cuidara de ti, tenía que ayudar a su padre en algunas cosas – sus gestos eran tan naturales que no parecía estar a la espera de una explicación.
- Valeria yo…
- Por favor Juliana, no tienes que decir nada ya habrá tiempo para conversar, mi barriga sigue creciendo y hoy sentí la primera patadita – me dice muy alegre rompiendo la tensión que existía en la habitación. Me acerco a ella, llevo mi mano derecha a su barriga y luego mi mejilla para sentir al pequeño que empezaba a crecer dentro de su vientre. Aquel sentimiento de madre vuelve a mí y a los diez minutos estábamos en la sala preparándonos el desayuno.
Esta muchachita sin querer apareció en mi vida y en ese instante comprendí para qué. Necesitaba a alguien en quien confiar, alguien que estuviera allí cuando la necesitara y era ella, ésta muchachita inmadura a quien la vida le había tratado mal años atrás y desde ya podía decir que en adelante no pensaba abandonarla.
No tenía a ningún familiar aquí, pronto daría luz y necesitaría a alguien que estuviera a su lado en el parto, viendo que nada le pasara y yo estaría allí. Será como una hija para mí.
- Sabes que tu hijo es muy simpático – me dice mientras disfrutamos del café y unos huevos estrellados con tostadas. Y lo último que había pensado de tratarla como a una hija me llevaría tiempo si es que le había echado ojo a Esteban.
- Es la viva imagen de su padre – comento muy extrañada por tal sinceridad.
- Tienes mucha suerte de tener a un hijo que se preocupe tanto por ti. A propósito no me dijiste que si era el único ¿o tienes más?
- Esteban es mi primer hijo. Y con mi aún esposo tengo dos: Almendra y Santiago, pero ambos ya tienen sus compromisos.
- ¿Y son tan atractivos cómo Esteban?
- Para mí los tres son bellos – sonrío ante la curiosa pregunta y me tomo el tiempo de ir por el álbum de fotos de la última navidad que pasé con ellos.
Valeria observa las fotos con detenimiento, no pregunta por las parejas de mis hijos y es lo mejor porque no tenía la paciencia para explicarle todo el revoltijo sobre las relaciones de mis hijos con los de Leonardo. Pero luego de ver a Santiago y compararlo con Esteban su veredicto final sigue siendo que mi primer hijo era el más simpático. Una comparación que me apena un poco por ser la madre de ambos y yo nunca podría compararlos. Amaba a los dos por igual a pesar que tenía una deuda eterna con Esteban.
Pero lo mejor era que Valeria me caía bien, era de confianza como para abrirle mi corazón. Y a los pocos minutos le empiezo a contar toda la historia.
La dejo atónita, parece que mi historia la impresionó más que mis novelas y cuando se disponía a hablar el golpeteo en la puerta nos sorprende a ambas.
- ¿Esperas a alguien?
- Yo que sepa no, nadie sabe que vivo aquí – respondo muy extrañada. Tampoco habíamos pedido alguna comida a domicilio.
- Quién sabe son los hombres de mantenimiento de los departamentos. Al mío han ido un par de veces. ¿Abro? – con un ademán le digo que sí, pero nunca imaginé que seria mi madre.
- Quiero hablar contigo a solas – exige haciendo a un lado a Valeria para ingresar a la casa. Cómo consiguió mi dirección no lo sabía, cómo no sabía sobre qué quería hablar conmigo después de lo que pasó en el hospital.
- La última vez que hablaste conmigo casi me ocasionas un paro cardiaco y todavía tienes el valor de venir a verme al único lugar dónde creía estar a salvo de ti y Carmen.
Parece no escuchar y sigue parada con su delgado cuerpo junto a los muebles.
- ¿Sigues viva no? Y por lo que veo estás más fuerte – su voz apática y su rostro esquelético no muestra ningún signo de arrepentimiento -. Y te repito necesito hablar contigo a solas – y esta vez recalca la frase dándole una mirada de desprecio a Valeria.
- Valeria quédate por favor – le digo cuando se disponía salir -. Te presento a Bernarda, mi madre.
- Pero… si esto es una conversación personal, estaré en tu cuarto – me dice avergonzada al no recibir algún saludo de mi madre y cruza la sala apresurada para dirigirse a mi habitación.
- ¿Ahora dime qué te trae por aquí?
- Carmen me dijo que se encontraron en un mall.
- Ah ya veo por dónde va la cosa – bebo un sorbo de café. Necesito tener las manos ocupadas y controlar los nervios y el café me ayudará.
- Estoy segura que en adelante te chocaras con ellos muy seguido y seria bueno que te acostumbres y dejes de llorar cada vez que los veas juntos.
- ¿Y para eso viniste a verme? A darme un consejo de cómo debo enfrentar a mi hermana y a mi ex esposo.
- Sólo trato de ayudarte. A propósito, ¿quién es esa mocosa que ya tiene la barriga hinchada?
- Una amiga.
- Me recuerda a ti cuando te dejaste embarazar muy niña. Ahora veo la conexión, no vi el anillo de casada en su dedo, significa que también es madre soltera. Que lástima.
- Ese no es tu problema. Y de una vez dime qué quieres – odiaba sus comentarios tan venenosos. ¿Cómo una madre puede irradiar tanta energía negativa?
- Necesito dinero – lanza las palabras desviando la mirada -. Ninguna de las tarjetas me sirve.
Suelto una carcajada. ¿Cómo se puede llegar a ser tan sinvergüenza en esta vida? Y lo de las tarjetas, claro, las había cancelado.
- ¿Ahora si soy tu hija no? La única estúpida que trabaja y que tiene la obligación de mantener a su familia.
- Soy tu madre – da unos pasos hacia mí -. Y también tengo gastos.
- ¿Los tienes tú, o los tiene Carmen? Hace unos meses me pediste dinero para comprarte ropa y te veo con la misma, pero el ropero de tu hija querida nunca deja de crecer – dejo escapar otra carcajada al comprender todo.
Cuando vi a Carmen con Rafael no cargaban bolsa alguna. Las tiendas rechazaron las dos tarjetas que usaba mi madre.
- Me pediste quedarte en mi casa y acepté, como acepté pagar los gastos que genera vivir en ella y ahora vienes a pedirme más dinero porque a tu hija no le gusta trabajar.
- Ella necesita estar siempre bella para Rafael.
- ¿Eso incluye imitar mi manera de vestir y peinar?
- No la juzgues, ella merece ser feliz.
- Y lo puede hacer, pero ya no a mis costillas. Me quitó a mi marido, ahora también quiere que la mantenga para que no la abandoné. Que ambos se vayan a la mierda y eso te incluye a ti también! – no sé de dónde me salen esas palabras, pero mi paciencia se había acabado -. Ahora si no es problema quiero estar sola.
- ¡Pero necesito el dinero!
- Lo siento, tienes a una hija de cuarenta y cinco años que puede trabajar y un yerno con un buen trabajo.
- Rafael también se acaba de quedar sin trabajo – me suelta la noticia -, y ahora está viviendo con nosotras. Ambos están afuera esperándome. La confesión me levanta de la silla, me acerco a la ventana y veo la camioneta de Rafael.
No sé si la vida es justa o no, pero ahora al menos podía sonreír al saber que no era la única que estaba jodida emocionalmente. Las personas que me hicieron tanto daño empezaban a pagar y por primera vez no me dejo doblegar y abro la puerta.
- Yo no soy su banco. Y no hay nada más que hablar. Decidiste estar del bando equivocado, entonces sufre las consecuencias.
- Pero soy tu madre y no puedes hacerme esto.
- Yo soy tu hija y no te importó el dolor que me causaste. Vete, ¡vete! – al no moverse subo la voz. Ella me lanza una mirada de odio, la que nunca había visto, un odio tan fuerte que casi logra someterme, pero no. Si iba a escribir mi propia historia entonces tenía que actuar con valentía, tal cual lo hacían mis personajes principales y cierro la puerta de un golpe cuando mi madre estuvo fuera. Nadie nunca más me iba a pisotear en el piso como a un chicle.
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