domingo, 6 de junio de 2010

III. YO CONFIESO...

Me mira por unos segundos como cerciorándose si de verdad seguía viva. Observa las sondas, el suero que está conectado a mi brazo derecho, detiene su mirada por unos segundos en mis cabellos. Sé que estoy muy demacrada, las veces que fui al baño no tuve el valor de dar una ojeada al espejo. Sonríe mostrándome sus dientes perfectos, hechos por su dentista. Viste un vestido enterizo, su cabello dejó de ser oscuro muchos años atrás debido a la invasión de las canas.

Mis hijos salieron por mi insistencia, si sobreviví varios días sin comida qué eran unas cuantos minutos para soportar al ser que todo el tiempo no ha hecho más que lastimarme sin comprender el motivo.

- Tienes unos hijos maravillosos – lo dice por decir algo -. No descansaron hasta encontrarte – habla en plural para no tener que mencionar a Esteban.

- Déjate de estupideces y dime qué es lo que quieres. Pensé que todo había quedado claro la última vez que nos vimos – su mirada de águila al acecho da una ojeada a la habitación.

- Tu hermana está arrepentida de lo que hizo – habla sin mirarme a los ojos.

‘¿Arrepentida? La muy puerca dice estar arrepentida. Después de veintiún años engañándome manda a mi madre para decirme que la perdone. Que ambas se vayan a la mismísima mierda’.

Me trago las palabras y sigo escuchando a mi madre que está intranquila.

- Quizás ya no hay mucho qué decir – sus manos le tiemblan por el paso de los años -. Ya sabes la verdad… y sólo venia a decirte que Carmen no se separará de Rafael, al contrario reafirmaron su relación – aparece una chispa de felicidad en su rostro al pronunciar las últimas palabras.

- ¿Y dónde quedo yo?

- No es momento para discutir, no en tu estado. Sabes que ella al igual que tú merece ser feliz.

- Claro quitándome el marido que tuve por veintitrés años. Pero está bien, parece que a ti y a ella no les importa cómo me encuentre yo – evito, quiero no llorar, pero la herida vuelve a abrirse y los recuerdos de todas sus mentiras inundan mi mente. La impotencia se apodera otra vez de mi cuerpo y mis lágrimas mojan mis pálidas mejillas -. Vete por favor. ¡Basta ya de lastimarme!

Parece que no oye mis palabras y continúa.

- El verdadero motivo por el que estoy aquí es para saber si seguiré viviendo en tu casa. Recuerda que también tu hermana no tiene a donde ir.

- Me interesa un carajo a dónde se vaya ella a vivir.

- Pero yo quiero seguir viviendo en tu casa que ya es como mía.

- Puedes quedarte, Esteban me acaba de rentar un departamento cerca al centro de la ciudad. Ahora vete.

- No he acabado, la casa es grande y necesita mantenimiento, el pago de la luz, el agua y quiero saber si seguirás haciéndote cargo de las cuentas.

Cuando estoy por responderle se abre la puerta e ingresa Esteban con dos enfermeras que ordenan a mi madre salir de la habitación, debe haber pasado algo porque una de ella llama al doctor y yo pierdo el conocimiento al sentir que mi corazón está a punto de estallar.

No sé cuanto tiempo estuve dormida, pero cuando abro los ojos mi hija Almendra esta a mi lado.

- No te esfuerces mamá, casi sufres un paro cardiaco. ¿Cómo se atrevió mi abuela a venir aquí? – cuando veo a mi hija es como mirarme al espejo, salió tan idéntica a mí, claro con la diferencia de edad, pero el cabello esponjoso y las cejas lo sacó a su padre.

- No te preocupes ya estoy mejor – le digo tratando de tomar su mano. Me mira por unos segundos y deja escapar una sonrisa.

- Nunca juzgaré tus actos, tú misma me enseñaste eso cuando aceptaste mi relación con Cristian. Pero que poca madre la de mi tía. Lo sé, lo sé, quizás no es el momento adecuado, pero quiero que sepas que cuentas con todo nuestro apoyo.

- Gracias, pero dejen de preocuparse por mí, yo estoy bien, si sobreviví a un paro cardiaco creo que nada más me puede pasar – sonrío acariciando sus suaves manos -. Ahora háblame de Cristian y Mayra, ¿cómo han tomado la perdida de su madre?

- Ambos al igual que su padre ya estaban preparados, nunca pensaron que seria tan pronto, y el más afectado fue Leonardo, quien se ha encerrado en su casa y no quiere salir para nada – escuchar la noticia provoca que mis manos se descontrolen por unos segundos y Almendra se percata del detalle.

- Sé que Daniela te dejó una carta – cambia de posición a su cabello y puedo ver sus grandes ojos y sus finas mejillas -. Lo que diga la carta no me interesa, pero sí me interesa saber si visitarás a Leonardo cuando te encuentres bien.

Por unos segundos me sonrojo al recordar el pedido de Daniela, un pedido del cual nadie estaba al tanto y eso me da la tranquilidad.

- No crees que seria al contrario, que sea él quien me visite, así al menos lo sacarán de la casa por unas horas.

La idea le parece genial a Almendra y sale de la habitación luego de sus apapachos y frases de aliento.

Es la octava vez que leo la carta de Daniela y cada palabra o línea escrita no deja de estrujarme el corazón: “lo único que te pediría es que cuando te recuperes cuides de Leonardo. Decirte esto no deja de sonrojarme, pero no soy estúpida como para no darme cuenta que entre ustedes siempre hubo una chispa de amor que nunca se apagó a pesar que tenías esposo y él me tenía a mí.

Ahora no habrá nadie quien les impida estar juntos y estoy seguro que él no te fallará y tú tampoco”.

Aprendo de memoria esta parte y recordar el tiempo cuando estuve con Leonardo es como un revitalizante para mi cuerpo y alma.

Sola en la habitación no dejo de sonreír mientras se me vienen a la memoria sus gestos, sus frases con esa voz apagada y que bastaba verlo sonreír para salir con él.

Lo conocí en la high school cuando llevábamos juntos algunos cursos. Él siempre metido en su mundo, y yo tan extrovertida rodeada de amigos y amigas. Decían que su familia era pobre y por eso era así de apagado. Por esos días tenía novio y me era indiferente lo que él hacia o dejaba de hacer. Pero al finalizar la escuela sucedió algo que cambiaría nuestras vidas, el patito feo era ya un cisne, todas mis amigas empezaron a tomarle más atención, pero él seguía en su universo.

- Se supone que a la fiesta de graduación se viene con pareja – escuché su voz detrás de mí.

- Diría lo mismo de ti – respondí y al verlo tan distinguido, con el cabello arreglado y sus grandes hombros que me cubrirían todo mi cuerpo me dejó sorprendida.

- Me plantaron a última hora – se acerca sin dejar de mirar la puerta del salón donde era la fiesta -. Ya estaba listo y aquí me tienes, la chica se desanimó – finaliza levantando sus grandes hombros.

Su sonrisa, su maldita sonrisa estaba ahí otra vez y fue la primera vez que le miré con detenimiento. Ya no tenía el cabello largo y desalineado, su porte atlético encajaban en aquel traje oscuro.

- Y creo que no fui al único al que fallaron en la fiesta de graduación, ¿dónde está tu novio?

- No me recuerdes a ese imbécil. Ya está dentro y con nueva pareja.

- Lo sé.

- ¿Cómo? ¿Y si lo sabes por qué me preguntas?

- Los vi entrar, ¿por qué crees que me quedé un rato más?

Vuelve a sonreír y se acerca más a mi rostro. Puedo oler su aroma –una mezcla de colonia con sudor.

- Entonces pensé que tú aparecerías – me dice sin quitar la mirada de mis ojos.

Esa noche ingresé al baile de su brazo y de la fiesta no quiero hablar, pero fue esa noche en que quedaría prendado de él, luego vendría el enamoramiento.

Todo marchaba bien hasta que mi madre se enteró de mi relación e hizo todo lo que estuvo en sus manos para distanciarnos, pero antes que lograra su propósito resulté embarazada y ni mi familia o la suya estuvo preparada para lo que se avecinaba.

Mi madre no quería que tuviera al bebé por considerarlo un accidente y no podía concebir la idea que su primera hija tuviera un niño fuera del matrimonio y a tan corta edad, pero yo estaba decidida a tenerlo costara lo que me costara y me fugué de la casa para terminar viviendo por unos días en la casa de unos familiares lejanos.

No me fue fácil salir adelante a mis diecinueve años, y por aquel entonces mis historias había mejorado gracias al apoyo de Alejandro, mi profesor de literatura que se encargaba de corregir mis escritos y fue él quien me habló de un concurso de novelas en Monterrey México, ciudad natal de mis padres.

Ambos nos enfrascamos en la corrección de una de mis historias mientras estaba en gestación y logramos enviarla faltando unos días para cerrar el concurso.

Empezaron los primeros dolores de mi embarazo y a los pocas semanas nació Esteban. Mi madre apareció en el hospital, pero sólo para reprocharme mi terquedad de tener a mi bebé.

- Si tu padre siguiera vivo, nunca hubiera deseado que tuvieras un hijo con un bueno para nada.

Desde aquel día hasta la fecha nunca comprendí por qué odiaba tanto a Leonardo y ha su familia, porque siempre se refirió a ellos como una banda de nacos mediocres.

De Leonardo tampoco sabía nada, su madre apareció dos veces para saber del pequeño luego se esfumó.

A los dos meses de nacer mi hijo llegó la noticia que mi novela había ganado el concurso. Fue el segundo día más feliz de mi vida, y viajé a recibir el premio.

Era la escritora revelación de aquel concurso porque esperaban a alguien que superara los treinta años y no una joven con un niño en brazos.

Los medios me tomaron mayor interés y las entrevistas no pararon por dos semanas en donde me pase de set en set hasta llegar al D.F., sin separarme de mi pequeño Esteban y mi profesor que se había convertido como un padre para mí.

La noticia también llegó a los Estados Unidos, los pedidos de las librerías a los organizadores del concurso motivaron a que aceleraran las impresiones de la novela y fueron casi seis meses de promoción. Nunca había firmado tantos autógrafos en mi vida, pero eso era sólo el inicio.

Cuando regresé a Dallas todo había cambiado para mí, ya no me sentía una más del montón, era alguien a quien la vida le había premiado con un don y un hijo.

El primer año me dediqué a cuidar a mi bebé, el dinero obtenido por el premio y los derechos de autor me daban el respaldo. Llegó mi segunda novela y la tercera demostrando al público que no fue un golpe de suerte el haber ganado el premio en Monterrey.

Mi madre dejó de culparme y debido a los malos manejos del dinero que le había dejado mi padre, se vio en banca rota. El banco le quitó la casa y junto a mi hermana se vinieron a vivir al departamento que rentaba por aquel entonces.

Cuando las cosas mejoraron para mí pude comprar una casa, la cual ahora mi madre la considera como suya.

No supe de Leonardo hasta después de un año cuando una mañana apareció en mi departamento. Otra vez estaba descuidado, con su voz apagada, pero su sonrisa había dejado de ser encantadora.

- Quizás pienses que fui un cobarde al huir, pero no tenía otra alternativa, y a pesar que no quieren que me acerqué a ti, aquí estoy.

Por más que insistí nunca me dijo los motivos de su desaparición y su repentino regreso.

Cuando mi madre se enteró de nuestro encuentro otra vez se interpuso, luego me enteraría que lo visitó en su casa, pero eso no impidió que nos siguiéramos viendo, los encuentros amorosos como carnales se volvieron constantes.

Disfrutaba mucho estar con él y nuestro hijo, hasta pensábamos casarnos, pero las presentaciones de mi cuarta novela me alejó de Dallas por más de un mes, la primera semana nos llamábamos una y otra vez, pero a la siguiente semana volvió a desaparecer sin dejar alguna carta.

Regresé a casa demasiado cansada como para buscarlo, quizás ese era nuestro destino, el que siempre apareciera cuando menos me lo imaginaba y desapareciera cuando más lo necesitaba.

Nunca le volví a reclamar y actué de lo más normal con él cada vez que tocaba la puerta de mi casa.

Cuando apareció Rafael en mi vida las cosas cambiaron, teníamos casi el mismo roce social, debido a que él era el jefe de redacción de un diario local. Nos habíamos topado en varias ocasiones, pero yo siempre evitaba algún contacto con los hombres, él insistió y se las ingenió para conocer a mi madre con quien empezaría una estrecha amistad. Ella no se cansaba de alabarlo, por lo respetuoso y exitoso que era a diferencia de Leonardo que no tenía una carrera y por lo poco que sabía su padre era dueño de un pequeño restaurante donde él le ayudaba como cocinero.

Al año me casé con Rafael por la iglesia y civil. La noticia ocupó todas las páginas sociales de los diarios locales, pero lo que no sabía era que en todo ese matiz llamado matrimonio mi hijo no encajaba. Rafael se había ganado mi cariño y junto a mi madre lograron convencerme que era mejor que Leonardo se hiciera cargo de Esteban y así empezar una nueva vida juntos.

Y aquí me tienen jodida, con mi nueva vida hecha trizar por las mismas personas que me la prometieron seria perfecta.

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