domingo, 13 de junio de 2010

IV. REENCUENTRO INESPERADO

Leonardo nunca apareció en el hospital, a sus cuarenta y ocho años quizás estaba cansado, ya no esperaba nada de la vida, si fue ella misma quien le robó a su gran amor.

En los siguientes días mi estado de salud sorprende a los doctores, pero el más feliz era Bruno, mi editor, que inicia a reorganizar las fechas de la presentación de mi siguiente novela.

- Todos los medios informaron de tu estado de salud, todavía no se enteran de los verdaderos motivos y tenemos que aprovechar el momento para promocionar más la novela – sus gestos afeminados siempre me habían causado gracia –su manera de menear la mano derecha, su voz impostada fingiéndola de mujer– muecas que Esteban detestaba y siempre terminaban peleando.

- Vamos pégame, rómpeme todos los huesos, pero al menos hazme algo papito – le dice en mi delante.

No era novedad que mi editor estaba enamorado de mi hijo, me lo había dicho un centenar de veces, pero a mí sólo me causaba gracia. Conocía a mi hijo y le encantaban las mujeres, pero disfrutaba horrores ver como Bruno hacia su lucha por conquistarlo.

- Yo sigo pensando que es mala idea adelantar los hechos. Mamá aún no estás del todo bien y aunque digas que no, una gira de promoción no le caerá bien a tu alicaído cuerpo. Creo que debes esperar mínimo un mes para recuperarte del todo – Esteban no hace caso a los gestos y berrinches de Bruno y continúa -. Estoy de vacaciones y pasarlas contigo serán el mejor regalo – su sonrisa, esa maldita sonrisa no hace más que recordarme a su padre, tan idénticos, que es el único recuerdo de Leonardo.

A mi salida del hospital mis tres hijos estuvieron conmigo y juntos fuimos al departamento. No podía negarlo estaba precioso, una sala espaciosa con sus muebles recién comprados, el color de las paredes –amarillo-naranja– me sedujeron. Dos recamaras espaciosas, una mía y la otra de visitas donde se quedaría Esteban y Almendra se había tomado el tiempo de traer todas mis cosas y colocarlas en sus respectivos lugares. No me faltaba nada.

Disfrutamos un café en la sala viendo una película comedia-romántica y yo empezaba a recobrar mis ganas de vivir, tenía a mis tres hijos a mi alrededor. Atrás quedaron los mal sabores, gritos y llamadas de atención mientras crecían. Ahora eran adultos, responsables, pero para mi seguían siendo mis niños adorables.

- Mi padre te envía saludos –comenta Esteban mientras desayunábamos solos. Almendra y Santiago se habían marchado por la madrugada.

Casi me ahogo con el vaso de leche.

- Y cuándo conversaste con él?

- Por la mañana y también me sorprendió al igual que tú. Desde el entierro de Daniela siempre se mostró esquivo. Y ahora volví a escucharlo con esas ganas de devorarse el mundo, incluso retomó la dirección de los tres restaurantes.

Me había olvidado de contarles que Leonardo sacó adelante el pequeño restaurante de su padre hasta convertirlo en uno de los mejores de la ciudad y a los pocos años abrió otros dos. Fue gracias a esos negocios que Esteban estudió la carrera de guionista y en cuanto a la cocina mi hijo aprendió a ser un shef desde los diez años.

- Me da gusto saber que volvió a dar la cara a la vida como yo – Esteban me mira por unos segundos como si dudara de mis palabras.

- ¿Por qué una escritora de tu talla tomó el camino más fácil al esterarse que su marido le fue infiel con su hermana?

- La pregunta me la hace Esteban hijo o el Esteban guionista.

- Vamos mamá, aquí ni tú ni yo estamos buscando temas para escribir. Aquí somos madre e hijo.

- Lo sé – sonrío, pero la pregunta estaba hecha y yo no podía esquivarla. Tomo otro sorbo de leche antes de responder -. A veces esperas recibir los golpes de amigos o enemigos que sin querer te los ganas a lo largo de tu vida, pero nunca de tu propia familia a quien le diste todo. Y lo de quitarme la vida, no sé… quizás fue el estrés, los recuerdos. Me aislé y sin querer casi cometo una locura.

- Ahora te veo bien porque estoy a tu lado y cuando regrese a Los Ángeles tendrás a Almendra y Santiago cerca, pero quién me dice si ellos podrán ayudarte cuando esos ‘recuerdos’ que dijiste ingresen no sólo por esa puerta –levanta la mano señalándola -. Sino que también por las ventanas, es más seas tú misma quien los deje ingresar y otra vez te tenga que buscar como la canción de Maná.

El comentario final me roba una carcajada porque me encanta ese grupo, y en especial su canción ‘Rayando el sol’: “Fui a tu casa y no te encontré, te busqué en la plaza, el parque, el cine y no te encontré”.

Esa era la manera de entenderme con Esteban por intermedio de frases de canciones y cuando no sabía la letra de alguna iba al Internet y buscaba lo que me quería decir y les juro que muchas veces esas pequeñas frases eran mi salvavidas cuando no encontraba salida a un dialogo, descripción o como finalizar un capítulo.

- Ya no, si sobreviví en Dolores Hidalgo y a un paro cardiaco en el hospital, algo trata de decirme la vida.

- Si hago una comparación a tu semblante actual con el anterior, creo en tus palabras, pero si analizamos tu vida con una historia…

- ¡Oh por Dios Esteban no empieces¡

- Déjame terminar, y sabes que es verdad lo que te quiero decir – sonríe.

Si algún día tienen como pareja a un escritor(a) les recomiendo que vayan con cuidado, nosotros siempre vamos mas allá de las cosas y claro sé a dónde quiere llegar mi hijo.

- Iniciaste tu historia trágicamente y corrígeme si voy mal. Tienes a todos –ósea nosotros tus hijos– con los pelos de punta por todo lo que te pasó. Mi abuela, mi tía Carmen y Rafael son los villanos quienes hasta ahora no aparecen del todo en tu historia y claro tienen que hacerlo, porque aunque digas que no, tendrás que enfrentarlos y ese será tu conflicto. Demostrarles y demostrarte a ti misma que puedes salir adelante, y nosotros –tus hijos– somos tus motores y nuestras historias te ayudaran a respirar, pero lo que falta es el otro protagonista que viene a ser tu Romeo.

Para cuando finaliza ya tiene dibujada esa sonrisa, esa maldita sonrisa seductora tan idéntica a la de su padre. Mi silencio y mis ojos esquivos me delatan.

- ¡Rayos, cómo pasé por alto la carta de Daniela! Al no estar ella, mi padre está libre al igual que tú – me busca la mirada para confirmar su teoría y no espera mucho para saber que estaba en lo cierto -. Daniela sabía de la relación de Rafael con mi tía Carmen y te lo quiso confesar antes de morir. Ósea que tu Romeo es mi padre.

- Y si lo fuera ¿hay algún problema?

- Claro que no – no deja de sonreír -. Al contrario me encanta la idea, pero volvemos al conflicto de tu propia historia. Algo me dice que mi abuela otra vez se interpondrá al igual que tu aún esposo.

- Eso no volverá a suceder, te lo prometo. Pero por el momento no quiero saber nada de hombres y eso también incluye a tu padre.

- Tómate tu tiempo, yo tampoco quiero verte herida otra vez – finaliza dándome un beso en la mejilla para luego salir a visitar a unos viejos amigos.

Es la primera vez que me quedo sola en el departamento. Esteban tenía razón, los recuerdos son traicioneros y ya están en mi mente. Intento mantenerme ocupada revisando mi correo en Internet. Respondo a todo aquel que me había escrito. Reviso todos los borradores de mis novelas pasadas como los bosquejos de las historias que empezaba a madurar. Observo viejas fotos de mi álbum familiar y veo a mis hijos dando sus primeros pasos, otras en sus cumpleaños, la primeras caídas en sus bicicletas, sus primeras actuaciones en las obras de su salón, pero pronto mi sonrisa se apaga al darme cuenta que todas las fotos son de Almendra y Santiago y son pocas las de Esteban. Cierro el álbum, apago la computadora, respiro hondo para evitar no llorar, no quiero decaer, no ahora.

Corro a abrir la puerta, no, para que ingresaran los recuerdos que faltaban llegar sino para que salieran todos de una vez y me siento en las gradas. El aire del mediodía refresca mis pulmones, mis cabellos se menean de un lugar a otro. Observo a mi alrededor, es primavera y los árboles y los jardines de los vecinos están en todo su verde esplendor.

El silbido que producen los pajaritos se filtran por mis oídos y me dan esa tranquilidad como cuando era niña e iba a visitar a mis abuelos a su rancho.

Vuelve a mi mente aquel aroma de las flores, de los mangos maduros, del sabor de las tunas y el cuidado que tenia al quitarlas de los nopales para no llenarme las manos con las sisas que las cubrían y la única manera de quitártelas era pasando tus manos por tus cabello. Ese truco me lo enseñó mi abuelo cuando íbamos juntos a cosecharlas.

Esas tiernas escenas me arrancan unas sonrisas, y por unos minutos me olvido de los malos recuerdos vividos cuando descubrí el secreto que Rafael y mi hermana.

Decido caminar y antes de dar el primer paso me choco con la imagen del hombre que no esperaba ver. Ambos nos quedamos sorprendidos mirándonos el uno al otro. Seguía igual como lo había visto hace unos seis meses y esa sonrisa, esa maldita sonrisa aparece en su rostro.

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