domingo, 31 de octubre de 2010

Y LLEGO EL FINAL...


El encuentro de Valeria con mi hijo fue al estilo de las novelas mexicanas. Pinceladita que Esteban criticaba cuando conversábamos de las historias de esas telenovelas. En dos oportunidades escribió guiones de comedias románticas, le trajeron buenos dividendos, pero en lo personal no le llenó. Y verlo correr al bajar del auto me sorprendió, y una vez más la vida me demuestra que hasta el más duro cae ante el poder del amor.
Ambos se llenan de besos y abrazos, y claro de costado, la barriga abultada de Valeria impide un abrazo de frente. Las lágrimas se le salen a ésta mujer que sin querer me había robado el corazón de madre.
Aun la recuerdo cuando nos topamos, ella se quedó mirándome por buen rato para luego empezar a gritar como niñita.
- ¡No puede ser, no puede ser! ¿Es usted Juliana Monte Cruz, la escritora de un ‘Árbol para dos’?
Y desde aquel día nos volvimos inseparables, pero nunca imaginé que con esa barriga conquistaría a mi hijo, que siempre le interesaron las mujeres solteras, y no aquellas que venían con regalo incluido, así me lo decía cuando se enteraba que algún amigo suyo se comprometía con una mujer con un hijo.
Ahora imagínense verlo a través de mis ojos desparramando amor y besos a Valeria. La abraza con tanta fuerza como si no la hubiera visto hace un milenio. Le dice algo mirándole a los ojos, la besa en la frente y la vuelve a abrazar. Valeria se siente tan segura que se deja llevar por Esteban y yo sigo recostada en la puerta del auto tocando mi violín imaginario.
Lo que sigue después es la narración de Valeria de cómo la secuestraron y Esteban le cuenta como Gerard fue intervenido por los periodistas. Ambos no querían perderse ningún detalle de cómo se me ocurrió el plan, pero la sorpresa para ambos viene cuando en la historia sale a relucir el nombre de Bruno.
-                Así es, aquel a quien tanto fastidias fue pieza clave en esta historia – Esteban suelta una carcajada.
-                Siempre respeté su opción sexual, él nunca respeto la mía, pero esta vez sí merece darle un verdadero abrazo.
-                Eso espero, es mi editor y no pienso cambiarlo por nadie, a pesar que tuvimos ciertas discrepancias, lo quiero mucho.
En el departamento también se encontraban Almendra y Santiago con sus parejas. Christian aún seguía avergonzado por haber descuidado de Valeria. No había motivo para buscar culpables, las historias de la vida real a veces son parecidas o superan a las historias ficcionadas y ésta era una de ellas. El destino quiso que Valeria cayera en manos de Gerard para que luego saboreara por primera vez una derrota.
¿Qué fue de él? ¿Dónde se encontraba a estas horas? No lo sabíamos hasta que aparece André en la puerta del departamento con una cara larga. Pide disculpas por lo sucedido, por como se involucró en el plan macabro de Gerard.
Valeria sale para conversar con él, a los pocos minutos estaba de regreso.
-                ¿Qué pasó, qué le dijiste?
-                Nada… - responde dirigiéndose a la cocina. De regreso con un vaso de agua me dice – Acaba de renovarte el contrato por un año con gastos pagados.
-                Estás loca.
-          Vamos Juliana se portó como un puerco con ambas. El departamento de a lado sigue siendo mío y me gusta tenerte como vecina. Tómalo como un agradecimiento por no haber mencionado su nombre ante las cámaras – sonríe guiñándome un ojo.
En los siguientes días Esteban fue llamado para reiniciar su trabajo en Los Ángeles, sus jefes estaban interesados en el nuevo guión que había presentado. Valeria se queda conmigo ayudándome en el texto que tendría que hablar para la presentación de mi novela en Dallas.
-                Papa te envía saludos – me dice mi hijo Santiago en una de sus visitas matutinas -. Lo vi ayer por la noche te desea lo mejor con tu nuevo libro.
El comentario me toma por sorpresa. En los días que pasaron Almendra no me había hablado nada de él a pesar que Rafael continuaba viviendo en su casa.
-                Hemos estado cenando en los últimos días – me confiesa Santiago -. Esta arrepentido por todo el daño que te hizo – quiero hablar, decido guardarme mis comentarios. No quería seguir discutiendo, mientras Rafael estuviera bien y lejos de mí no había problemas -. Se le ha presentado una oportunidad de trabajo en México D.F. en tres días viajará para allá, ya tiene el pasaje en la mano.
-                ¿Irá solo o lo acompañarás?
-                ¿Por qué la pregunta?
-                No lo sé, como madre me gustaría que lo hicieras. Es tu padre y pasar unos días juntos les caería bien.
-                Sí, también compré los boletos para mí – sonríe.
-                ¿Y mayra?
-               Aprovechará los días para estar también con su padre, que últimamente no ha estado tan bien – me dice con una mirada acusadora -. Vamos mamá, no te hagas, Almendra me contó todo. Si crees que no merece una oportunidad, pues sigue adelante y si crees que aún puedes darte a ti misma esa oportunidad de volver a amar, de perdonar y ser feliz, sabes que siempre tendrás el apoyo de Almendra, de Esteban y mío.
Abrazo a mi hijo para darle un beso en la frente como hacia todas las noches cuando era pequeño. ‘Que descanses mi angelito’, le decía acariciando su cabello corto y esponjoso.
Intento ver dentro de sus grandes ojos, Santiago, era mayor, hace años había perdido su inocencia y de aquel muchacho rebelde no quedaba rastros. Conocer a Mayra era lo mejor que le había pasado. Ambos a pesar de ser jóvenes tenían claro lo que querían lograr.  Nunca escuché problema alguno en su relación, pero tampoco eran la pareja perfecta, algún error debían tener, pero me encantaba saber que lo solucionaban como personas mayores, en casa y no fuera de ella como acostumbraban muchas personas, el desperdigar sus problemas en la vía publica para luego verlos prodigándose besos y perdones frente a los demás.
Lo curioso de saber que mis dos hijos compartían la vida con los hijos de Leonardo era que hasta antes de tocar fondo en la casa que alquilaba en Dolores Hidalgo, siempre guardaron distancia a la hora de hablar de Leonardo. Pero ahora que ambos estábamos solos, los míos nunca lo juzgaron por preferir los diez mil dólares antes que mi amor.
-                Mamá deja eso atrás, el no haberlos aceptado hubiera cambiado toda la historia, Santiago y yo no existiríamos como tampoco Christian y Mayra y desde allí la cosa cambia. Dios sabe por qué hace las cosas – fueron las palabras de mi hija cuando tocamos el tema mientras comprábamos las cosas para la cocina en un super mercado -. Y no esperes algún reclamo de Mayra o Christian, ambos ya tienen suficiente; Mayra de cuidar de él y mi esposo de actuar de lo más cortes con mi papá. Aunque te puedo decir que tu ex esposo ha cambiado mucho. Agradece los favores que se le hace, ya no es tan pedante. Pide las cosas con un ‘please’ y eso es suficiente para Christian que siempre quiso mantener su distancia por temor a recibir algún insulto o golpe de Rafael.
Solo escucho, no opino y me hago la desentendida, pero no lo podía negar mi orgullo continuaba y las palabras de mi madre retachaban en mi mente. “Pues ya lo sabes, a Leonardo y su familia le importó más el dinero que hacerte feliz. Diez mil dólares me costó alejarlo de tu lado”. “El trato no era sólo alejarte de ti sino corresponder a Carmen”.
Aprisiono con fuerza el carrito de los productos y sigo con dirección al auto. Todavía guardo el poema que alguna vez le escribí en un pedazo de papel, y el cual Leonardo nunca se creyó digno de poseerlo.
Quizás estaba cayendo en un error, pero a la vez había pasado por tantos sobresaltos que por el momento me quería tomar un tiempo para pensar. En dos días seria la presentación de mi novela. Tenía listas las maletas para desaparecer de la ciudad ni bien terminaba la presentación. Valeria vendría conmigo.
Estaríamos fuera por más de un mes, tiempo que me serviría para pensar en los pasos que daría en los siguientes meses. Por el momento, please, cupido aléjate de mi lado, no te necesito, así estoy bien. Deseo, necesito, quiero tiempo y creo que mi buen amigo alado comprenderás. No sé, primero flecha a los más necesitados, aquellos que de verdad crees serán felices comiendo perdices.
Mi hija no insiste y regresamos al departamento sin el más mínimo comentario sobre el tema. Hablamos de cosas rutinarias, que el cambio de clima, de lo caro que están las cosas, de lo bien que le irá a Rafael en el D.F., del ingreso de mi hermana a un centro de rehabilitación. ¿Por qué clasifico éste tema como irrelevante? No puedo ser hipócrita, pero así lo consideraba de verdad, y como me conozco bien a la media hora estábamos de salida al centro de rehabilitación.
-                Su hermana quiso desfigurarse el rostro. Su madre apareció a tiempo para impedir que cometiera su plan – nos dice un joven doctor de rasgos chinos.
-                ¿Y mi abuela cómo se encuentra?
-                Ella sólo sufrió algunos rasguños producto del forcejeo. Ya está de alta y ahora se encuentra esperando los resultados del estado de la señora Carmen. ¿Quieren verla?
-                No doctor, no se preocupe – intervengo, pero el gesto en su rostro me dice que necesitaba extender mi explicación -. Somos su única familia, pero por el momento no creo conveniente verla.
-                Espere un momento; usted se parece mucho a la paciente… Ahora comprendo, es a usted a quien intentó agredir su hermana.
El comentario me deja sin palabras, esquivo la mirada y llevo mis manos al cuello.
-                Mamá, si lo deseas yo me quedo con la abuela.
El ofrecimiento me quita un peso de encima y a los cinco minutos ya estaba al volante del auto.

Cuando llega el gran día de la presentación, mi cuenta en el facebook y correo electrónico estaban saturadas de mensajes, lo mismo sucedía con mi celular. Los obsequios de amigos de todos los países llegaron puntuales como la elegante presencia de Bruno que vestía un esmoquin negro.
El auditorio de la Biblioteca estaba lleno, los medios de prensa también estaban presentes. Esta presentación seria recordada más por los escándalos que protagonizó la autora que la novela misma.
Estar lista me llevaría tres horas desde el cuidado de la mata de cabellos que tengo en la cabeza. Descarté el alisado y planchado. Que el cuidado con el maquillaje para borrar esas patitas de gallo, las mías ya no eran patas de gallo sino de águila, pero no me importaba. Aun así con Almendra y Valeria logramos en algo verme presentable dentro de aquel vestido verde petróleo, y opto por los zapatos de taco bajo, los altos me matarían. ¿Qué si a alguien le quedo duda cómo llevaba el cabello? Pues suelto, le agregué algunas vitaminas para revitalizarlo y asunto arreglado.
El texto lo tenía en las manos, no sé por qué siempre escribía algo si cuando estaba en el escenario olvidaba todo e improvisaba, quizás era sólo tener el texto como un punto de referencia, nada más.
Bruno se encargaría de hablar de mi persona y mis novelas. Detrás del escenario tenia a Valeria tratando de calmar mis nervios, siempre los tenía antes de cada presentación.
Escuchábamos claramente a Bruno, atrapaba al público con su manera de hablar, sabía cuando debía contar algo gracioso y cuando debía de levantar los ánimos a los asistentes para hacerlos participes de la publicación. Y el muy condenado se toma el tiempo para hacer un pequeño resumen de lo que me había pasado en las últimas semanas. Parado en el estrado contemplaba sin dificultad al público y para mí se había preparado una pequeña mesa donde se encontraban los ejemplares de mi novela.
Cuando escucho las palabras para darme la bienvenida, Valeria me toma de la mano y me lleva hasta la puerta. Los aplausos aumentan y trato de guardar la calma, los fotógrafos me ametrallan con sus luces blancas, soy el centro de atención de todos y en lugar de sentirme protegida por sus aplausos y su apoyo me veo intimidada. Los aplausos no cesan, la gente se pone de pie y yo aún no puedo verlos bien los relámpagos de las cámaras fotográficas me dificultan la visión.
Luego todos guardan silencio y vuelven a sentarse. Les doy la bienvenida, agradezco su asistencia y es cuando empiezo a ubicarme en el lugar; la mesa lisa, mis novelas, el micrófono que tengo mantenerlo un poco alejado de mi boca para no saturar el sonido.
Ya puedo ver a los asistentes sin problemas y reconozco al joven policía que me atendió hace unos días cuando Esteban fue detenido en su delegación. Me saluda y con unos gestos me presenta a quien debía ser su esposa, una joven de cabello ensortijado, morocha y con una niña en brazos. La pareja se veía feliz.
Busco más conocidos entre la gente, veo a mis hijos, algunos actores de teatro, pintores como mi amigo Omar Carrillo, representantes de la biblioteca, pero aquel que pensaba que llegaría de todas maneras no lo veo por ningún lado y las esperanzas de ver su maldita sonrisa al menos de lejos antes de viajar se desvanecen.
Hablo de la novela, agradezco a la editorial por seguir confiando en mi trabajo, a Bruno por su apoyo incondicional, a todo el público por su respaldo y luego pasamos la firma de autógrafos y fotos. Acepto responder a todas las preguntas de los medios y cuando ven que todo esta dicho me acerco a conversar un rato con las personas.
Busco al joven policía y sólo me encuentro con su esposa que me dice que tuvo una emergencia.
Trato de mantenerme a la altura del ambiente, feliz y sonriente, pero si se trata de decir la verdad, creí que el condenado cupido no me haría caso y Leonardo aparecería con unos mariachis, con rosas, o al menos un par de globos, pero nada.
Cuando todo concluye, Valeria me pide que regrese sola a la casa, Almendra le quería mostrar unas cosas antes de viajar.
Ya en el volante no me queda más que sonreír, sonreír por todo lo que había pasado, por el atrevimiento de novelar mi propia historia, de ser yo misma el personaje principal cuando siempre fui la escritora, pero a diferencia de mis personajes yo no tenía a mi Romeo como me decía Esteban.
De pronto mi concentración se ve interrumpida por las luces azul-rojo de una patrulla. En un inicio pienso que es un error, pero no, el patrullero ya estaba pegado a mi auto. ¿Pero qué demonios estaba pasando? Manejaba al límite de velocidad, las luces estaban encendidas, había respetado todas las luces que crucé.
Me estaciono al costado derecho de la pista y sostengo el volante con mis dos manos para que el policía se percate que no soy un peligro.
Estoy así por más de tres minutos que me parecen una eternidad, tiempo en que el policía revisa en su computadora si tenia alguna infracción. Por el espejo retrovisor veo que por fin el uniformado decide bajar y viene hacia mi auto, pero grande es mi sorpresa al reconocer al joven policía que me acompañó junto a su esposa en la presentación de mi novela.
-                ¿Qué pasa joven….? – y recuerdo que no sabía su nombre. Él también se muestra sorprendido. Al revisar en su computadora las placas del auto no salía yo como dueña sino mi hijo Esteban.
-                Es que… - tartamudea, pero las cosas ya estaban hechas -. Lo siento señora Juliana, sólo cumplo órdenes – recupera la voz -. Si pudiera bajar para revisarla.
-                ¿Qué?
-                Por favor señora.
Esto debía ser una broma, una locura, éste muchacho me esta tomando por una delincuente; pero verlo parado alado de la puerta me dice que no cambiará de parecer y si pongo resistencia, llamará refuerzos. Esperen, un hombre no puede revisar a una mujer.
Bajo del auto, el muchacho retrocede unos pasos, se escucha voces en la radio que lleva en el pecho. Su porte –alto y cuadrado–, su vestimenta y sus armas en la cintura me intimidan.
-                Podría girar y poner sus manos sobre el techo del auto.
¡Oh por Dios! Quiero gritarle, insultarle por tal atrevimiento. Nunca en mi vida me había pasado esto y el desgraciado me esta tratando como si fuera una mujer peligrosa, y con solo imaginarme que pasaría sus manos por mi cuerpo para revisar si tenia algún arma se estrujaba mi corazón.
-                Abra las piernas un poco por favor – insiste.
Siempre había leído y visto este tipo de escenas pero vivirlas nunca, si a los hombres frente a la policía se les bajaba todo lo machitos que eran dentro de un bar o con sus amigos y se les encogía ‘aquellos’ que muchas veces se sienten orgullosos de llevarlos yo sentía que mis ovarios los tenía en mi garganta.
Me moría de miedo, me sentía humillada y no por un violador sino por un policía que dice cuidar de los buenos ciudadanos.
Escucho sus pasos que se acercan, me toma de la cintura y siento su aliento en mi cuello, no quiero respirar, no puedo moverme, estaba a punto de entrar en shock.
-                Creo que tienes un poema que me pertenece – escucho esa voz que las últimas noches había escuchado en mis sueños. Volteo y era Leonardo mirándome a los ojos, mostrándome esa maldita sonrisa.
Mi alma regresa al cuerpo, mi respiración toma su ritmo habitual, el miedo se había esfumado al ver al joven policía delante del patrullero en compañía de Valeria, Almendra y Santiago.
No sólo el poema le pertenecía, le pertenecía todo de mí, y a los dos segundos le tomaba del cuello para besarlo, abrazarlo imitando la escena que protagonizó mi hijo con Valeria, claro con la diferencia que yo no tenia la barriga abultada.
-                ¿Pero cómo pudiste hacerme esto? – le empujo después de recordar todo el endemoniado susto que me habían hecho pasar.
-                No podía hacerlo en la presentación de tu novela, pero estuve allí y desaparecí junto a Renato para seguir con el plan – me toma de la mano para acercarnos a ellos.
-                La idea fue mía – se adelanta Almendra.
Abrazo a todos, y el más fuerte se lo doy a Renato que por fin sabía su nombre.
-                Me acabas de dar las dos mejores satisfacciones de mi vida, la vivencia única de un sospechoso y el final que necesitaba para cerrar esta historia – le digo.
-                Acabo de violar tres reglas de mi institución, pero por verla feliz como los personajes de sus novelas merecía correr el riesgo.
Lo que sucedería más adelante quizás no necesiten tanta explicación. Me bastaba ver a Leonardo con su maldita sonrisa para saber que me seguía derritiendo por él y como diría Arjona para que describir lo que pasó esa noche en la alfombra si el muy condenado me besó hasta la sombra y yo volví a sentirme viva, a volver a creer en el amor y amar con la misma intensidad que lo hice a los dieciocho años y esta misma noche regresé el poema escrito en aquel pedazo de papel a su verdadero dueño. A ese hombre de espalda ancha, que sabía no volvería a desaparecer cuando más lo necesitaba sino que estaría conmigo para siempre y el muy condenado antes de reiniciar otra tanda de besos y caricias me susurra al oído aquel poema que hace muchos años le escribí con tanto amor:

"Tus besos mis diálogos,
tus caricias mis personajes,
tu sonrisa mi inspiración…
Trátame suavemente".