sábado, 21 de agosto de 2010

TRATAME SUAVEMENTE...



- ¿Por qué nunca me haces visita espontánea? Una visita que muestre el amor y la preocupación por tu hija mayor – mi madre sigue allí, parada a mitad de la sala con sus vestido largo, su cuello delgado con su rostro esquelético y esa mirada que si disparara veneno ya no continuaría escribiendo esta historia .
¿El motivo de su presencia en el departamento? Necesita dinero para cubrir los gastos en el hospital. Le digo que no tenía que preocuparse, mis hijos se encargarían de todo, pero ella insiste que requiere el dinero.
-     Ahora estarás contenta por todo lo que has ocasionado – lanza sus palabras como flechas ponzoñosas.
-      ¿Qué hablas mamá? – trato de calmarme. Pero estaba claro que todo lo que sucedía a mi alrededor era mi culpa y eso incluía el intento de suicidio de Rafael.
Vuelve a insistir con el dinero, mi madre quería dinero cash, no para ella por supuesto sino para Carmen.
-      Almendra me dijo que llevará a Rafael a su casa y que no regresará con nosotras.
-     ¿Y eso qué me importa a mí? Rafael es su padre y tiene todo el derecho de cuidarlo.
-     Tu hermana es su nueva mujer y es ella quien tiene todos los derechos sobre Rafael.
-     Yo que sepa él sigue siendo mi esposo y no reclamo nada, tampoco lo haré y si Carmen quiere reclamar su derecho de quita maridos que hable con Almendra. Conmigo no tiene nada que platicar – le digo abriendo la puerta de la calle para invitarle a salir. No saben cuanto me dolía ese gesto, pero era la única manera de demostrarles que no podrían conmigo.
Y así fue, Almendra defendió su derecho e impidió que Carmen se lo llevara consigo y lo más doloroso para mi hermana fue saber que Rafael no quiso verla y decidió irse con mi hija a pesar que eso significaba convivir con Christian, el hijo de Leonardo .
Mi hermana armó un escándalo en el hospital que tuvieron que sacarla los hombres de seguridad.
Pero vayamos por partes, cuando Almendra decide llevar a su padre a su casa primero tiene que acondicionar el cuarto de visitas así que dos días antes que Esteban viajara a Los Ángeles mi hija aparece en el departamento con cuatro cajas que logró sacar de mi casa cuando estuve internada en el hospital.
-     Ahora que estás mejor ubicada creo que ya es tiempo que arregles estas cosas entre las que ya tienes.
Y lo curioso es que Almendra viene acompañada de su esposo Christian, un joven muy alto que tiene un aire a Esteban, pero los rasgos y el color de cabello son a los de su madre y ‘la sonrisa’, la que siempre busqué en él y su hermana, no la tenían y aunque ustedes digan que soy presumida, pero sí, siempre me gustó saber que esa ‘maldita sonrisa’ la tenía sólo mi hijo Esteban.
Mi yerno me saluda y evita platicar del tema espinoso que era la futura convivencia con su suegro a quien nunca le cayó bien, pero el amor por mi hija le llevaría a compartir la casa hasta su pronta recuperación, luego Rafael regresaría a su casa más no a la mía o para ser exacta a la casa dónde vive mi madre con Carmen.
Pido a Christian que llevara las cajas a mi cuarto, cuando tuviera tiempo revisaría su contenido, pero ya tenía una idea, cartas de mis lectores, cartas de las editoriales, algunas escritos míos inconclusos de años pasados y libros que mi hija metió en las cajas rápidamente cuando tenía a mi tía a su lado viendo que no se llevara nada perteneciente a Rafael.
Cuando ambos se marchan y me quedo sola en el departamento no me queda otra alternativa que revisar las cajas.
Y allí ando separando todos los libros que alguna vez leí en mi juventud y madurez, reconozco las portadas de algunos que pertenecían a colegas míos de los diferentes países que había visitado. En mi casa ocupaban un lugar privilegiado en la biblioteca particular que poseía, pero que gracias a mi salida apresurada ahora se encontraban en unas simples cajas de cartón.
En la sala hace unas semanas armé una biblioteca pequeña y los libros que encuentro en las cajas encajarían perfectamente en el lugar. Y es en el segundo viaje cuando de uno de ellos se desliza una pequeña hoja que se esconde debajo del sofá.
En un primer momento desisto ver qué era, pero al reconocer la portada de la novela de Bram Stoker: “Drácula” que bien recuerdo la compré cuando aún salía con Leonardo a los tres segundos me encontraba en cuclillas tratando de alcanzar el bendito papel.
Pero si el esfuerzo me cuesta sudor, abrir y leer lo escrito me deja con el corazón suspendido. Las imágenes de una vieja escena vienen a mi cabeza al oler aquel trozo de papel. Mi mente no puede contener tantas emociones. Los recuerdos, aquellos tan amigos como traicioneros me llevan a esos días cuando Leonardo era apenas un adolescente que creía en mi talento de escribir novelas.
-     Si te lo propones sé que lo lograrás – me dijo cuando leyó mi primer cuento que trataba de un amor no correspondido -. No soy bueno para darte un consejo profesional pero la historia me gustó mucho – llevaba el cabello corto. Su mirada la tenía fija en mí y su maldita sonrisa acaparaba mis ojos. Como amaba a ese flaco espigado con su ancha espalda.
Estaba tan emocionada con sus palabras que tomé uno de sus cuadernos de la escuela para escribir lo que en ese momento se me vino a la mente y quería plasmarlo en algo.

Tus besos mis diálogos,
tus caricias mis personajes,
tu sonrisa mi inspiración…
Trátame suavemente.

-       ¿Me pides que te trate suavemente? – levanta la mirada después de leer ese pequeño poema que le había escrito.
-       Hazlo siempre y nunca me alejaré de ti.
-      Pero siempre lo hago – sonríe y me atrae hacia su pecho. Y en ese momento lo sentí tan mío, que prometí nunca dejarlo sin imaginar que seria él quien me dejaría.
Recuerdo la escena tan nítida como si hubiera ocurrido hace unos días. Ambos tan llenos de vida sin imaginar qué nos deparaba el futuro, pero que en ese instante nos juramos amor eterno mientras caminábamos de la mano rumbo a mi casa.
Me imaginaba compartiendo una vida, levantándome los fines de semana muy temprano para prepararle un jugo de fresa –su fruta favorita– porque minutos antes salió a cortar la yarda que rodeaba nuestra casa.
Lo amaba, amaba a ese flaco escuálido a pesar que mi madre decía que era un bueno para nada. A mí no me importaba y siempre creí que seria un buen padre para mis hijos.
Pero se fue cuando más lo necesitaba y siempre aparecía cuando menos lo esperaba.
Cuántas veces le pregunté los motivos de sus desapariciones cuando más creía que por fin seriamos felices. ¿Por qué siempre se negó a ser feliz a mi lado? Porque sabía que me quería y hasta la fecha puedo seguir afirmándolo.
Nunca me dijo una palabra, pero sé que en esta historia mi madre jugaba un papel importante y tarde o temprano encontraría la respuesta a esta interrogación por tanto años.
Leo y releo ese minúsculo poema que tengo en mis manos. Pero la principal interrogante era qué hacia el papel en uno de mis libros si el poema lo escribí para Leonardo que siempre llevaba el papel en su billetera.
-      Quizás te equivocaste de persona, y lo único que he hecho es tratarte mal. No soy la persona que te inspira y seria mejor que cuando lo encontraras repitas la escena que yo no diré que me lo escribiste primero – me diría la última vez que nos vimos colocando en la palma de mi mano la hoja de papel aún con su aroma.
Aquel estúpido gesto me destrozó el corazón; quise, intenté odiarlo por su inmadurez. ¿Cómo podía decir semejantes bobada? ¿Cómo podía creerse menos que los demás? Yo lo amaba sin importar su condición social. Me encantaba su manera de ser, ‘su maldita sonrisa’ –la culpable que hasta ahora me siga derritiendo por él– así haya tenido mil cicatrices en su cuerpo lo hubiera amado porque nosotras las mujeres no vemos el aspecto físico cuando el hombre es capaz de transmitirnos amor y confianza, y a su lado me sentía segura, me sentía completa.
Pero tampoco podía estar detrás de Leonardo toda mi vida, si había decidido alejarse de mí, lo aceptaba por los mil demonios que lo aceptaba, total hasta la fecha no había conocido mujer que se muriera por amor.
Acepté su partida, acepté que nunca nos volveríamos a ver, acepté que la única manera de darle sentido a mi vida era buscar otro hombre y formar la familia que Leonardo se había negado a dármela.
Cuando me enteré que salía con una mujer, me alegré mucho por él. Lo curioso es que Leonardo nunca me la presentó, no sé si esa fue su intención o fue el destino que quiso que yo misma la conociera.
Me encontraba en Los Ángeles presentando mi novela “El mar del olvido” cuando apareció una joven con el cuerpo escultural que al igual que las otras personas había formado la línea a la espera que le autografíe su libro.
Desde que la vi sentí una energía especial por ella, era como si tuviera algo que me pertenecía. Muy sonriente me entregó la novela y cuando escuché su nombre levanté ligeramente la mirada por debajo de mis cejas arqueadas.
-    Sí Juliana, soy la pareja de Leonardo, pero eso no impide que te siga admirando como escritora – su sonrisa perfecta que también se me quedaría grabada en la mente y no precisamente por ser especial o mágica sino porque era la que siempre mostraba en cada evento que realizaba.
Y sabía que su presencia en la librería era para presentarse como la mujer que ahora cuidaba de Leonardo, si lo sabré yo como somos nosotras cuando vemos que el hombre que tenemos por pareja merece exhibirlo.
-    Espera un momento por favor – le diría extrayendo un libro por debajo de la mesa -. Le obsequiaré mi novela a Leonardo – el comentario le sacaría de postura, miró a todos lados y esa sonrisa de comercial de pasta de dientes desapareció. Escribí una dedicatoria y se lo entregué -. Por los viejos tiempos – sonreí guiñándole un ojo.
Esa seria la única vez que saldría victoriosa porque luego ella cambiaria de táctica y optaría por buscar una amistad conmigo.
En un inicio no fue tan fácil entablar esa amistad que ella buscaba, pero era difícil evadirme de su presencia porque el setenta por ciento de eventos que se realizaban en Dallas eran organizados por su empresa.
Y no, nunca le tuve envidia, al contrario me parecía un buen punto a destacar porque fue Daniela quien realmente crió a Esteban y fue cuando comprendí que había ganado.
Nunca me lo sacó en cara, al contrario trataba de mantenerme al día de lo que hacia mi hijo, a pesar que mi corazón se estrujaba por no haber podido ser esa madre que Esteban hubiera deseado que fuera.
Pero así es la vida, los errores que cometes los pagas aquí mismo y ganarme el cariño de mi hijo no fue fácil, pero bien valió la pena porque ahora no podía dar un paso sin que él estuviera al tanto y las sorpresas en esta historia nunca dejan de aparecer.
Con el poema en mis manos me quedo dormida en el sofá; no sé por cuanto tiempo pero la bulla en la puerta me levanta de un brinco, es Esteban que llega con comida para la despensa y en mi mente esta presente que sólo faltan dos días para que se fuera de mi lado.
Se alegra al verme en el sofá y se dirige a la cocina.
-       ¿Y esas cajas? – pregunta.
-      Las trajo tu hermana. Eran algunas cosas que logró sacar de mi antigua casa cuando estuve en el hospital.
-     Viejos recuerdos me imagino – saca la cabeza para verme y yo abrazo con fuerza aquel papel -. Creo que di en el clavo – sonríe.
-      Algo – respondo con voz apagada -. ¿Y dónde andabas?
-      Con el hombre que alguna vez compartiste tu vida. El Romeo de tu historia.
-      Loco.
-     ¿Sabes? Siento que por fin está olvidando a Daniela, es por eso que me atreví a invitarlo a cenar.
-     ¿Qué? – me levanto del sofá y camino a la cocina -. ¿Invitaste a tu padre a cenar al departamento?
-     ¿Qué tiene de malo? ¿Se llevan bien no? – me pregunta mordiendo una manzana -. Mamá mañana viajo a las diez de la noche y que mejor despedida que una cena horas antes: tú, mi padre y Valeria.
Mi corazón bombea la sangre con mayor celeridad y mi mente repite una y otra vez el poema que alguna vez le escribí y que ahora no sabía si devolverle el papel o seguir buscando a esa persona que verdaderamente lo merezca.