domingo, 27 de junio de 2010

MI MADRE OTRA VEZ...

Las bolsas que ayudaba a cargar a Valeria se escurren de mis manos, ninguno de mis músculos responde a mi cerebro. Ellos disfrutaban a carcajadas su relación al aire libre, venían abrazos, y esos rasgos de Carmen tan parecidos a los míos le ayudan a Valeria a reconocerla como mi hermana. La muy desgraciada llevaba mi mismo peinado –raya al centro y los cabellos medios despeinados– quería, quiere parecerse a mí. Pero su alegría se apaga cuando me tienen al frente. Ella baja la mirada y Rafael acelera el paso. No digo nada, no tengo el valor de gritarles. Las perversas lágrimas se me adelantan y siento que a mi corazón le clavan otra vez la puñalada. Allí me quedo hecha una estatua.
-   ¡Váyanse por favor! ¡Largo, largo! – escucho la voz de Valeria muy lejana a pesar de tenerla a unos centímetros, luego todo queda en silencio. Quería desaparecer del lugar. Valeria seguía gritándoles. Al tenerlos muy lejos me abraza y tomamos el camino contrario. Mis piernas responden por inercia, era como si Valeria me estuviera sacando de un campo de batalla donde las bombas me habían dejado completamente sorda.
Mientras retornamos a casa Valeria no pregunta nada, su mirada la mantiene al frente. Bajamos del auto e ingresamos a mi departamento. Esteban se encontraba en la cocina y no necesita preguntar para saber qué algo había pasado. Corro a sus brazos y las lágrimas regresan a mis ojos como una avalancha.
-          Los vi juntos, los vi juntos – le digo.
¿Cómo la vida puede ser tan irónica? Me había acostumbrado a ser la escritora de mis personajes e historias, pero nunca imaginé ser la protagonista de mi propia novela.
No recuerdo a qué hora me quedé dormida, pero cuando me levanto ya era de día y estaba en mi cama con Valeria sentada en una silla que había traído de la sala. Al verme despertar deja de leer la novela que encontró sobre mi mesa de noche.
-      Esteban me pidió que cuidara de ti, tenía que ayudar a su padre en algunas cosas – sus gestos eran tan naturales que no parecía estar a la espera de una explicación.
-       Valeria yo…
-        Por favor Juliana, no tienes que decir nada ya habrá tiempo para conversar, mi barriga sigue creciendo y hoy sentí la primera patadita – me dice muy alegre rompiendo la tensión que existía en la habitación. Me acerco a ella, llevo mi mano derecha a su barriga y luego mi mejilla para sentir al pequeño que empezaba a crecer dentro de su vientre. Aquel sentimiento de madre vuelve a mí y a los diez minutos estábamos en la sala preparándonos el desayuno.
Esta muchachita sin querer apareció en mi vida y en ese instante comprendí para qué. Necesitaba a alguien en quien confiar, alguien que estuviera allí cuando la necesitara y era ella, ésta muchachita inmadura a quien la vida le había tratado mal años atrás y desde ya podía decir que en adelante no pensaba abandonarla.
No tenía a ningún familiar aquí, pronto daría luz y necesitaría a alguien que estuviera a su lado en el parto, viendo que nada le pasara y yo estaría allí. Será como una hija para mí.
-      Sabes que tu hijo es muy simpático – me dice mientras disfrutamos del café y unos huevos estrellados con tostadas. Y lo último que había pensado de tratarla como a una hija me llevaría tiempo si es que le había echado ojo a Esteban.
-        Es la viva imagen de su padre – comento muy extrañada por tal sinceridad.
-      Tienes mucha suerte de tener a un hijo que se preocupe tanto por ti. A propósito no me dijiste que si era el único ¿o tienes más?
-      Esteban es mi primer hijo. Y con mi aún esposo tengo dos: Almendra y Santiago, pero ambos ya tienen sus compromisos.
-        ¿Y son tan atractivos cómo Esteban?
-        Para mí los tres son bellos – sonrío ante la curiosa pregunta y me tomo el tiempo de ir por el álbum de fotos de la última navidad que pasé con ellos.
Valeria observa las fotos con detenimiento, no pregunta por las parejas de mis hijos y es lo mejor porque no tenía la paciencia para explicarle todo el revoltijo sobre las relaciones de mis hijos con los de Leonardo. Pero luego de ver a Santiago y compararlo con Esteban su veredicto final sigue siendo que mi primer hijo era el más simpático. Una comparación que me apena un poco por ser la madre de ambos y yo nunca podría compararlos. Amaba a los dos por igual a pesar que tenía una deuda eterna con Esteban.
Pero lo mejor era que Valeria me caía bien, era de confianza como para abrirle mi corazón. Y a los pocos minutos le empiezo a contar toda la historia.
La dejo atónita, parece que mi historia la impresionó más que mis novelas y cuando se disponía a hablar el golpeteo en la puerta nos sorprende a ambas.
-         ¿Esperas a alguien?
-       Yo que sepa no, nadie sabe que vivo aquí – respondo muy extrañada. Tampoco habíamos pedido alguna comida a domicilio.
-       Quién sabe son los hombres de mantenimiento de los departamentos. Al mío han ido un par de veces. ¿Abro? – con un ademán le digo que sí, pero nunca imaginé que seria mi madre.
-      Quiero hablar contigo a solas – exige haciendo a un lado a Valeria para ingresar a la casa. Cómo consiguió mi dirección no lo sabía, cómo no sabía sobre qué quería hablar conmigo después de lo que pasó en el hospital.
-                La última vez que hablaste conmigo casi me ocasionas un paro cardiaco y todavía tienes el valor de venir a verme al único lugar dónde creía estar a salvo de ti y Carmen.
Parece no escuchar y sigue parada con su delgado cuerpo junto a los muebles.
-                ¿Sigues viva no? Y por lo que veo estás más fuerte – su voz apática y su rostro esquelético no muestra ningún signo de arrepentimiento -. Y te repito necesito hablar contigo a solas – y esta vez recalca la frase dándole una mirada de desprecio a Valeria.
-      Valeria quédate por favor – le digo cuando se disponía salir -. Te presento a Bernarda, mi madre.
-       Pero… si esto es una conversación personal, estaré en tu cuarto – me dice avergonzada al no recibir algún saludo de mi madre y cruza la sala apresurada para dirigirse a mi habitación.
-        ¿Ahora dime qué te trae por aquí?
-         Carmen me dijo que se encontraron en un mall.
-      Ah ya veo por dónde va la cosa – bebo un sorbo de café. Necesito tener las manos ocupadas y controlar los nervios y el café me ayudará.
-        Estoy segura que en adelante te chocaras con ellos muy seguido y seria bueno que te acostumbres y dejes de llorar cada vez que los veas juntos.
-       ¿Y para eso viniste a verme? A darme un consejo de cómo debo enfrentar a mi hermana y a mi ex esposo.
-      Sólo trato de ayudarte. A propósito, ¿quién es esa mocosa que ya tiene la barriga hinchada?
-       Una amiga.
-       Me recuerda a ti cuando te dejaste embarazar muy niña. Ahora veo la conexión, no vi el anillo de casada en su dedo, significa que también es madre soltera. Que lástima.
-       Ese no es tu problema. Y de una vez dime qué quieres – odiaba sus comentarios tan venenosos. ¿Cómo una madre puede irradiar tanta energía negativa?
-       Necesito dinero – lanza las palabras desviando la mirada -. Ninguna de las tarjetas me sirve.
Suelto una carcajada. ¿Cómo se puede llegar a ser tan sinvergüenza en esta vida? Y lo de las tarjetas, claro, las había cancelado.
-       ¿Ahora si soy tu hija no? La única estúpida que trabaja y que tiene la obligación de mantener a su familia.
-       Soy tu madre – da unos pasos hacia mí -. Y también tengo gastos.
-         ¿Los tienes tú, o los tiene Carmen? Hace unos meses me pediste dinero para comprarte ropa y te veo con la misma, pero el ropero de tu hija querida nunca deja de crecer – dejo escapar otra carcajada al comprender todo.
Cuando vi a Carmen con Rafael no cargaban bolsa alguna. Las tiendas rechazaron las dos tarjetas que usaba mi madre.
- Me pediste quedarte en mi casa y acepté, como acepté pagar los gastos que genera vivir en ella y ahora vienes a pedirme más dinero porque a tu hija no le gusta trabajar.
-         Ella necesita estar siempre bella para Rafael.
-         ¿Eso incluye imitar mi manera de vestir y peinar?
-       No la juzgues, ella merece ser feliz.
-        Y lo puede hacer, pero ya no a mis costillas. Me quitó a mi marido, ahora también quiere que la mantenga para que no la abandoné. Que ambos se vayan a la mierda y eso te incluye a ti también! – no sé de dónde me salen esas palabras, pero mi paciencia se había acabado -. Ahora si no es problema quiero estar sola.
-         ¡Pero necesito el dinero!
-       Lo siento, tienes a una hija de cuarenta y cinco años que puede trabajar y un yerno con un buen trabajo.
-        Rafael también se acaba de quedar sin trabajo – me suelta la noticia -, y ahora está viviendo con nosotras. Ambos están afuera esperándome. La confesión me levanta de la silla, me acerco a la ventana y veo la camioneta de Rafael.
No sé si la vida es justa o no, pero ahora al menos podía sonreír al saber que no era la única que estaba jodida emocionalmente. Las personas que me hicieron tanto daño empezaban a pagar y por primera vez no me dejo doblegar y abro la puerta.
-       Yo no soy su banco. Y no hay nada más que hablar. Decidiste estar del bando equivocado, entonces sufre las consecuencias.
-        Pero soy tu madre y no puedes hacerme esto.
-       Yo soy tu hija y no te importó el dolor que me causaste. Vete, ¡vete! – al no moverse subo la voz. Ella me lanza una mirada de odio, la que nunca había visto, un odio tan fuerte que casi logra someterme, pero no. Si iba a escribir mi propia historia entonces tenía que actuar con valentía, tal cual lo hacían mis personajes principales y cierro la puerta de un golpe cuando mi madre estuvo fuera. Nadie nunca más me iba a pisotear en el piso como a un chicle.

domingo, 13 de junio de 2010

IV. REENCUENTRO INESPERADO

Leonardo nunca apareció en el hospital, a sus cuarenta y ocho años quizás estaba cansado, ya no esperaba nada de la vida, si fue ella misma quien le robó a su gran amor.

En los siguientes días mi estado de salud sorprende a los doctores, pero el más feliz era Bruno, mi editor, que inicia a reorganizar las fechas de la presentación de mi siguiente novela.

- Todos los medios informaron de tu estado de salud, todavía no se enteran de los verdaderos motivos y tenemos que aprovechar el momento para promocionar más la novela – sus gestos afeminados siempre me habían causado gracia –su manera de menear la mano derecha, su voz impostada fingiéndola de mujer– muecas que Esteban detestaba y siempre terminaban peleando.

- Vamos pégame, rómpeme todos los huesos, pero al menos hazme algo papito – le dice en mi delante.

No era novedad que mi editor estaba enamorado de mi hijo, me lo había dicho un centenar de veces, pero a mí sólo me causaba gracia. Conocía a mi hijo y le encantaban las mujeres, pero disfrutaba horrores ver como Bruno hacia su lucha por conquistarlo.

- Yo sigo pensando que es mala idea adelantar los hechos. Mamá aún no estás del todo bien y aunque digas que no, una gira de promoción no le caerá bien a tu alicaído cuerpo. Creo que debes esperar mínimo un mes para recuperarte del todo – Esteban no hace caso a los gestos y berrinches de Bruno y continúa -. Estoy de vacaciones y pasarlas contigo serán el mejor regalo – su sonrisa, esa maldita sonrisa no hace más que recordarme a su padre, tan idénticos, que es el único recuerdo de Leonardo.

A mi salida del hospital mis tres hijos estuvieron conmigo y juntos fuimos al departamento. No podía negarlo estaba precioso, una sala espaciosa con sus muebles recién comprados, el color de las paredes –amarillo-naranja– me sedujeron. Dos recamaras espaciosas, una mía y la otra de visitas donde se quedaría Esteban y Almendra se había tomado el tiempo de traer todas mis cosas y colocarlas en sus respectivos lugares. No me faltaba nada.

Disfrutamos un café en la sala viendo una película comedia-romántica y yo empezaba a recobrar mis ganas de vivir, tenía a mis tres hijos a mi alrededor. Atrás quedaron los mal sabores, gritos y llamadas de atención mientras crecían. Ahora eran adultos, responsables, pero para mi seguían siendo mis niños adorables.

- Mi padre te envía saludos –comenta Esteban mientras desayunábamos solos. Almendra y Santiago se habían marchado por la madrugada.

Casi me ahogo con el vaso de leche.

- Y cuándo conversaste con él?

- Por la mañana y también me sorprendió al igual que tú. Desde el entierro de Daniela siempre se mostró esquivo. Y ahora volví a escucharlo con esas ganas de devorarse el mundo, incluso retomó la dirección de los tres restaurantes.

Me había olvidado de contarles que Leonardo sacó adelante el pequeño restaurante de su padre hasta convertirlo en uno de los mejores de la ciudad y a los pocos años abrió otros dos. Fue gracias a esos negocios que Esteban estudió la carrera de guionista y en cuanto a la cocina mi hijo aprendió a ser un shef desde los diez años.

- Me da gusto saber que volvió a dar la cara a la vida como yo – Esteban me mira por unos segundos como si dudara de mis palabras.

- ¿Por qué una escritora de tu talla tomó el camino más fácil al esterarse que su marido le fue infiel con su hermana?

- La pregunta me la hace Esteban hijo o el Esteban guionista.

- Vamos mamá, aquí ni tú ni yo estamos buscando temas para escribir. Aquí somos madre e hijo.

- Lo sé – sonrío, pero la pregunta estaba hecha y yo no podía esquivarla. Tomo otro sorbo de leche antes de responder -. A veces esperas recibir los golpes de amigos o enemigos que sin querer te los ganas a lo largo de tu vida, pero nunca de tu propia familia a quien le diste todo. Y lo de quitarme la vida, no sé… quizás fue el estrés, los recuerdos. Me aislé y sin querer casi cometo una locura.

- Ahora te veo bien porque estoy a tu lado y cuando regrese a Los Ángeles tendrás a Almendra y Santiago cerca, pero quién me dice si ellos podrán ayudarte cuando esos ‘recuerdos’ que dijiste ingresen no sólo por esa puerta –levanta la mano señalándola -. Sino que también por las ventanas, es más seas tú misma quien los deje ingresar y otra vez te tenga que buscar como la canción de Maná.

El comentario final me roba una carcajada porque me encanta ese grupo, y en especial su canción ‘Rayando el sol’: “Fui a tu casa y no te encontré, te busqué en la plaza, el parque, el cine y no te encontré”.

Esa era la manera de entenderme con Esteban por intermedio de frases de canciones y cuando no sabía la letra de alguna iba al Internet y buscaba lo que me quería decir y les juro que muchas veces esas pequeñas frases eran mi salvavidas cuando no encontraba salida a un dialogo, descripción o como finalizar un capítulo.

- Ya no, si sobreviví en Dolores Hidalgo y a un paro cardiaco en el hospital, algo trata de decirme la vida.

- Si hago una comparación a tu semblante actual con el anterior, creo en tus palabras, pero si analizamos tu vida con una historia…

- ¡Oh por Dios Esteban no empieces¡

- Déjame terminar, y sabes que es verdad lo que te quiero decir – sonríe.

Si algún día tienen como pareja a un escritor(a) les recomiendo que vayan con cuidado, nosotros siempre vamos mas allá de las cosas y claro sé a dónde quiere llegar mi hijo.

- Iniciaste tu historia trágicamente y corrígeme si voy mal. Tienes a todos –ósea nosotros tus hijos– con los pelos de punta por todo lo que te pasó. Mi abuela, mi tía Carmen y Rafael son los villanos quienes hasta ahora no aparecen del todo en tu historia y claro tienen que hacerlo, porque aunque digas que no, tendrás que enfrentarlos y ese será tu conflicto. Demostrarles y demostrarte a ti misma que puedes salir adelante, y nosotros –tus hijos– somos tus motores y nuestras historias te ayudaran a respirar, pero lo que falta es el otro protagonista que viene a ser tu Romeo.

Para cuando finaliza ya tiene dibujada esa sonrisa, esa maldita sonrisa seductora tan idéntica a la de su padre. Mi silencio y mis ojos esquivos me delatan.

- ¡Rayos, cómo pasé por alto la carta de Daniela! Al no estar ella, mi padre está libre al igual que tú – me busca la mirada para confirmar su teoría y no espera mucho para saber que estaba en lo cierto -. Daniela sabía de la relación de Rafael con mi tía Carmen y te lo quiso confesar antes de morir. Ósea que tu Romeo es mi padre.

- Y si lo fuera ¿hay algún problema?

- Claro que no – no deja de sonreír -. Al contrario me encanta la idea, pero volvemos al conflicto de tu propia historia. Algo me dice que mi abuela otra vez se interpondrá al igual que tu aún esposo.

- Eso no volverá a suceder, te lo prometo. Pero por el momento no quiero saber nada de hombres y eso también incluye a tu padre.

- Tómate tu tiempo, yo tampoco quiero verte herida otra vez – finaliza dándome un beso en la mejilla para luego salir a visitar a unos viejos amigos.

Es la primera vez que me quedo sola en el departamento. Esteban tenía razón, los recuerdos son traicioneros y ya están en mi mente. Intento mantenerme ocupada revisando mi correo en Internet. Respondo a todo aquel que me había escrito. Reviso todos los borradores de mis novelas pasadas como los bosquejos de las historias que empezaba a madurar. Observo viejas fotos de mi álbum familiar y veo a mis hijos dando sus primeros pasos, otras en sus cumpleaños, la primeras caídas en sus bicicletas, sus primeras actuaciones en las obras de su salón, pero pronto mi sonrisa se apaga al darme cuenta que todas las fotos son de Almendra y Santiago y son pocas las de Esteban. Cierro el álbum, apago la computadora, respiro hondo para evitar no llorar, no quiero decaer, no ahora.

Corro a abrir la puerta, no, para que ingresaran los recuerdos que faltaban llegar sino para que salieran todos de una vez y me siento en las gradas. El aire del mediodía refresca mis pulmones, mis cabellos se menean de un lugar a otro. Observo a mi alrededor, es primavera y los árboles y los jardines de los vecinos están en todo su verde esplendor.

El silbido que producen los pajaritos se filtran por mis oídos y me dan esa tranquilidad como cuando era niña e iba a visitar a mis abuelos a su rancho.

Vuelve a mi mente aquel aroma de las flores, de los mangos maduros, del sabor de las tunas y el cuidado que tenia al quitarlas de los nopales para no llenarme las manos con las sisas que las cubrían y la única manera de quitártelas era pasando tus manos por tus cabello. Ese truco me lo enseñó mi abuelo cuando íbamos juntos a cosecharlas.

Esas tiernas escenas me arrancan unas sonrisas, y por unos minutos me olvido de los malos recuerdos vividos cuando descubrí el secreto que Rafael y mi hermana.

Decido caminar y antes de dar el primer paso me choco con la imagen del hombre que no esperaba ver. Ambos nos quedamos sorprendidos mirándonos el uno al otro. Seguía igual como lo había visto hace unos seis meses y esa sonrisa, esa maldita sonrisa aparece en su rostro.

domingo, 6 de junio de 2010

III. YO CONFIESO...

Me mira por unos segundos como cerciorándose si de verdad seguía viva. Observa las sondas, el suero que está conectado a mi brazo derecho, detiene su mirada por unos segundos en mis cabellos. Sé que estoy muy demacrada, las veces que fui al baño no tuve el valor de dar una ojeada al espejo. Sonríe mostrándome sus dientes perfectos, hechos por su dentista. Viste un vestido enterizo, su cabello dejó de ser oscuro muchos años atrás debido a la invasión de las canas.

Mis hijos salieron por mi insistencia, si sobreviví varios días sin comida qué eran unas cuantos minutos para soportar al ser que todo el tiempo no ha hecho más que lastimarme sin comprender el motivo.

- Tienes unos hijos maravillosos – lo dice por decir algo -. No descansaron hasta encontrarte – habla en plural para no tener que mencionar a Esteban.

- Déjate de estupideces y dime qué es lo que quieres. Pensé que todo había quedado claro la última vez que nos vimos – su mirada de águila al acecho da una ojeada a la habitación.

- Tu hermana está arrepentida de lo que hizo – habla sin mirarme a los ojos.

‘¿Arrepentida? La muy puerca dice estar arrepentida. Después de veintiún años engañándome manda a mi madre para decirme que la perdone. Que ambas se vayan a la mismísima mierda’.

Me trago las palabras y sigo escuchando a mi madre que está intranquila.

- Quizás ya no hay mucho qué decir – sus manos le tiemblan por el paso de los años -. Ya sabes la verdad… y sólo venia a decirte que Carmen no se separará de Rafael, al contrario reafirmaron su relación – aparece una chispa de felicidad en su rostro al pronunciar las últimas palabras.

- ¿Y dónde quedo yo?

- No es momento para discutir, no en tu estado. Sabes que ella al igual que tú merece ser feliz.

- Claro quitándome el marido que tuve por veintitrés años. Pero está bien, parece que a ti y a ella no les importa cómo me encuentre yo – evito, quiero no llorar, pero la herida vuelve a abrirse y los recuerdos de todas sus mentiras inundan mi mente. La impotencia se apodera otra vez de mi cuerpo y mis lágrimas mojan mis pálidas mejillas -. Vete por favor. ¡Basta ya de lastimarme!

Parece que no oye mis palabras y continúa.

- El verdadero motivo por el que estoy aquí es para saber si seguiré viviendo en tu casa. Recuerda que también tu hermana no tiene a donde ir.

- Me interesa un carajo a dónde se vaya ella a vivir.

- Pero yo quiero seguir viviendo en tu casa que ya es como mía.

- Puedes quedarte, Esteban me acaba de rentar un departamento cerca al centro de la ciudad. Ahora vete.

- No he acabado, la casa es grande y necesita mantenimiento, el pago de la luz, el agua y quiero saber si seguirás haciéndote cargo de las cuentas.

Cuando estoy por responderle se abre la puerta e ingresa Esteban con dos enfermeras que ordenan a mi madre salir de la habitación, debe haber pasado algo porque una de ella llama al doctor y yo pierdo el conocimiento al sentir que mi corazón está a punto de estallar.

No sé cuanto tiempo estuve dormida, pero cuando abro los ojos mi hija Almendra esta a mi lado.

- No te esfuerces mamá, casi sufres un paro cardiaco. ¿Cómo se atrevió mi abuela a venir aquí? – cuando veo a mi hija es como mirarme al espejo, salió tan idéntica a mí, claro con la diferencia de edad, pero el cabello esponjoso y las cejas lo sacó a su padre.

- No te preocupes ya estoy mejor – le digo tratando de tomar su mano. Me mira por unos segundos y deja escapar una sonrisa.

- Nunca juzgaré tus actos, tú misma me enseñaste eso cuando aceptaste mi relación con Cristian. Pero que poca madre la de mi tía. Lo sé, lo sé, quizás no es el momento adecuado, pero quiero que sepas que cuentas con todo nuestro apoyo.

- Gracias, pero dejen de preocuparse por mí, yo estoy bien, si sobreviví a un paro cardiaco creo que nada más me puede pasar – sonrío acariciando sus suaves manos -. Ahora háblame de Cristian y Mayra, ¿cómo han tomado la perdida de su madre?

- Ambos al igual que su padre ya estaban preparados, nunca pensaron que seria tan pronto, y el más afectado fue Leonardo, quien se ha encerrado en su casa y no quiere salir para nada – escuchar la noticia provoca que mis manos se descontrolen por unos segundos y Almendra se percata del detalle.

- Sé que Daniela te dejó una carta – cambia de posición a su cabello y puedo ver sus grandes ojos y sus finas mejillas -. Lo que diga la carta no me interesa, pero sí me interesa saber si visitarás a Leonardo cuando te encuentres bien.

Por unos segundos me sonrojo al recordar el pedido de Daniela, un pedido del cual nadie estaba al tanto y eso me da la tranquilidad.

- No crees que seria al contrario, que sea él quien me visite, así al menos lo sacarán de la casa por unas horas.

La idea le parece genial a Almendra y sale de la habitación luego de sus apapachos y frases de aliento.

Es la octava vez que leo la carta de Daniela y cada palabra o línea escrita no deja de estrujarme el corazón: “lo único que te pediría es que cuando te recuperes cuides de Leonardo. Decirte esto no deja de sonrojarme, pero no soy estúpida como para no darme cuenta que entre ustedes siempre hubo una chispa de amor que nunca se apagó a pesar que tenías esposo y él me tenía a mí.

Ahora no habrá nadie quien les impida estar juntos y estoy seguro que él no te fallará y tú tampoco”.

Aprendo de memoria esta parte y recordar el tiempo cuando estuve con Leonardo es como un revitalizante para mi cuerpo y alma.

Sola en la habitación no dejo de sonreír mientras se me vienen a la memoria sus gestos, sus frases con esa voz apagada y que bastaba verlo sonreír para salir con él.

Lo conocí en la high school cuando llevábamos juntos algunos cursos. Él siempre metido en su mundo, y yo tan extrovertida rodeada de amigos y amigas. Decían que su familia era pobre y por eso era así de apagado. Por esos días tenía novio y me era indiferente lo que él hacia o dejaba de hacer. Pero al finalizar la escuela sucedió algo que cambiaría nuestras vidas, el patito feo era ya un cisne, todas mis amigas empezaron a tomarle más atención, pero él seguía en su universo.

- Se supone que a la fiesta de graduación se viene con pareja – escuché su voz detrás de mí.

- Diría lo mismo de ti – respondí y al verlo tan distinguido, con el cabello arreglado y sus grandes hombros que me cubrirían todo mi cuerpo me dejó sorprendida.

- Me plantaron a última hora – se acerca sin dejar de mirar la puerta del salón donde era la fiesta -. Ya estaba listo y aquí me tienes, la chica se desanimó – finaliza levantando sus grandes hombros.

Su sonrisa, su maldita sonrisa estaba ahí otra vez y fue la primera vez que le miré con detenimiento. Ya no tenía el cabello largo y desalineado, su porte atlético encajaban en aquel traje oscuro.

- Y creo que no fui al único al que fallaron en la fiesta de graduación, ¿dónde está tu novio?

- No me recuerdes a ese imbécil. Ya está dentro y con nueva pareja.

- Lo sé.

- ¿Cómo? ¿Y si lo sabes por qué me preguntas?

- Los vi entrar, ¿por qué crees que me quedé un rato más?

Vuelve a sonreír y se acerca más a mi rostro. Puedo oler su aroma –una mezcla de colonia con sudor.

- Entonces pensé que tú aparecerías – me dice sin quitar la mirada de mis ojos.

Esa noche ingresé al baile de su brazo y de la fiesta no quiero hablar, pero fue esa noche en que quedaría prendado de él, luego vendría el enamoramiento.

Todo marchaba bien hasta que mi madre se enteró de mi relación e hizo todo lo que estuvo en sus manos para distanciarnos, pero antes que lograra su propósito resulté embarazada y ni mi familia o la suya estuvo preparada para lo que se avecinaba.

Mi madre no quería que tuviera al bebé por considerarlo un accidente y no podía concebir la idea que su primera hija tuviera un niño fuera del matrimonio y a tan corta edad, pero yo estaba decidida a tenerlo costara lo que me costara y me fugué de la casa para terminar viviendo por unos días en la casa de unos familiares lejanos.

No me fue fácil salir adelante a mis diecinueve años, y por aquel entonces mis historias había mejorado gracias al apoyo de Alejandro, mi profesor de literatura que se encargaba de corregir mis escritos y fue él quien me habló de un concurso de novelas en Monterrey México, ciudad natal de mis padres.

Ambos nos enfrascamos en la corrección de una de mis historias mientras estaba en gestación y logramos enviarla faltando unos días para cerrar el concurso.

Empezaron los primeros dolores de mi embarazo y a los pocas semanas nació Esteban. Mi madre apareció en el hospital, pero sólo para reprocharme mi terquedad de tener a mi bebé.

- Si tu padre siguiera vivo, nunca hubiera deseado que tuvieras un hijo con un bueno para nada.

Desde aquel día hasta la fecha nunca comprendí por qué odiaba tanto a Leonardo y ha su familia, porque siempre se refirió a ellos como una banda de nacos mediocres.

De Leonardo tampoco sabía nada, su madre apareció dos veces para saber del pequeño luego se esfumó.

A los dos meses de nacer mi hijo llegó la noticia que mi novela había ganado el concurso. Fue el segundo día más feliz de mi vida, y viajé a recibir el premio.

Era la escritora revelación de aquel concurso porque esperaban a alguien que superara los treinta años y no una joven con un niño en brazos.

Los medios me tomaron mayor interés y las entrevistas no pararon por dos semanas en donde me pase de set en set hasta llegar al D.F., sin separarme de mi pequeño Esteban y mi profesor que se había convertido como un padre para mí.

La noticia también llegó a los Estados Unidos, los pedidos de las librerías a los organizadores del concurso motivaron a que aceleraran las impresiones de la novela y fueron casi seis meses de promoción. Nunca había firmado tantos autógrafos en mi vida, pero eso era sólo el inicio.

Cuando regresé a Dallas todo había cambiado para mí, ya no me sentía una más del montón, era alguien a quien la vida le había premiado con un don y un hijo.

El primer año me dediqué a cuidar a mi bebé, el dinero obtenido por el premio y los derechos de autor me daban el respaldo. Llegó mi segunda novela y la tercera demostrando al público que no fue un golpe de suerte el haber ganado el premio en Monterrey.

Mi madre dejó de culparme y debido a los malos manejos del dinero que le había dejado mi padre, se vio en banca rota. El banco le quitó la casa y junto a mi hermana se vinieron a vivir al departamento que rentaba por aquel entonces.

Cuando las cosas mejoraron para mí pude comprar una casa, la cual ahora mi madre la considera como suya.

No supe de Leonardo hasta después de un año cuando una mañana apareció en mi departamento. Otra vez estaba descuidado, con su voz apagada, pero su sonrisa había dejado de ser encantadora.

- Quizás pienses que fui un cobarde al huir, pero no tenía otra alternativa, y a pesar que no quieren que me acerqué a ti, aquí estoy.

Por más que insistí nunca me dijo los motivos de su desaparición y su repentino regreso.

Cuando mi madre se enteró de nuestro encuentro otra vez se interpuso, luego me enteraría que lo visitó en su casa, pero eso no impidió que nos siguiéramos viendo, los encuentros amorosos como carnales se volvieron constantes.

Disfrutaba mucho estar con él y nuestro hijo, hasta pensábamos casarnos, pero las presentaciones de mi cuarta novela me alejó de Dallas por más de un mes, la primera semana nos llamábamos una y otra vez, pero a la siguiente semana volvió a desaparecer sin dejar alguna carta.

Regresé a casa demasiado cansada como para buscarlo, quizás ese era nuestro destino, el que siempre apareciera cuando menos me lo imaginaba y desapareciera cuando más lo necesitaba.

Nunca le volví a reclamar y actué de lo más normal con él cada vez que tocaba la puerta de mi casa.

Cuando apareció Rafael en mi vida las cosas cambiaron, teníamos casi el mismo roce social, debido a que él era el jefe de redacción de un diario local. Nos habíamos topado en varias ocasiones, pero yo siempre evitaba algún contacto con los hombres, él insistió y se las ingenió para conocer a mi madre con quien empezaría una estrecha amistad. Ella no se cansaba de alabarlo, por lo respetuoso y exitoso que era a diferencia de Leonardo que no tenía una carrera y por lo poco que sabía su padre era dueño de un pequeño restaurante donde él le ayudaba como cocinero.

Al año me casé con Rafael por la iglesia y civil. La noticia ocupó todas las páginas sociales de los diarios locales, pero lo que no sabía era que en todo ese matiz llamado matrimonio mi hijo no encajaba. Rafael se había ganado mi cariño y junto a mi madre lograron convencerme que era mejor que Leonardo se hiciera cargo de Esteban y así empezar una nueva vida juntos.

Y aquí me tienen jodida, con mi nueva vida hecha trizar por las mismas personas que me la prometieron seria perfecta.