martes, 18 de mayo de 2010

CONFESIONES QUE MATAN

Llevo tres semanas sin probar bocado, veo botellas vacías de tequila regadas por mi cuarto y mi alma está a punto de abandonarme. Ni el sueño me devuelve las energías perdidas, vuelvo a lo mismo ni bien despierto.

Siempre he escuchado que morir quemada o ahogada es una de las peores muertes y yo no estoy de acuerdo. Morir avasallada por los recuerdos es lo peor. Aquellos que nunca se van, que permanecen intactos en tu cabeza como si lo hubieras vivido ayer. Y me odio por eso, me odio por todo lo que hice y dejé de hacer.

Me odio por lo estúpida que fui al no darme cuenta de lo que estaba pasando a mi alrededor. Me odio por no tener la solución o el consejo correcto para salir de éste atolladero.

Me era tan fácil sentarme frente a la computadora a escribir historias donde siempre mis personajes principales eran heroínas en este mundo machista. Tres premios, y innumerables reconocimientos no son suficientes para salvarme porque la cosa cambia cuando una escritora empieza a vivir su propia novela de la cual nunca pensó ser la protagonista.

Pero así son los avatares de la vida, y yo aquí a punto de suicidarme porque ya no le encuentro sentido a este mundo. Mis tres hijos están grandes, ya tomaron sus rumbos y mi familia la que siempre creía que estaba conmigo resultó traicionándome. Si vengo a ser la protagonista de ésta novela, mi madre, mi propia madre vendría a ser la bruja del cuento, la peor villana de la película con ‘Oscar’ incluido.

Desaparecí de Dallas hace un mes cuando descubrí el secreto que mi esposo Rafael mantuvo guardado por más de veinte años. No me importó mandar al diablo mi trabajo en el diario, las diversas presentaciones de mi nueva novela en Miami, Los Ángeles y New York. Nadie sabe dónde me encuentro, ni tuve el valor de decirle a Bruno, mi único amigo y editor de mis novelas que a estas alturas debe estar como loco buscándome.

Si debo de escribir mi testamento estaría demás, lo dejo así como si nada hubiera pasado. Esteban, mi hijo mayor nunca tomaría posesión de la casa donde vive mi madre. Ambos nunca tuvieron buena relación. Almendra y Santiago tampoco quieren saber nada de ella como de mi esposo cuando decidieron irse con los medios hermanos de Esteban. ¿Qué cómo se digiere esto? Para explicarles toda la historia me tomaría tiempo y tiempo es lo que no tengo.

Ya está decidido hoy será mi último día en esta tierra. Nunca más se burlarán de mí. Quizás sea una manera cobarde de mi parte morir sin dar la cara al mundo y enfrentarlo, pero a éstas alturas me importa un carajo todo.

Desde que llegué a ésta casa en Dolores Hidalgo, ciudad que me cobijó por muchos años mientras escribía mis novelas con su calido clima, ahora todo se ve tan sombrío y cuando llegué también traje conmigo aquel revólver que alguna vez me obsequió Rafael, mi aún esposo para defenderme si es que alguien ingresaba a mi casa. El arma está cargada y nunca pude usarla con los ladrones y cuando alguien te regala algo es para utilizarlo así sea para uso personal.

Algunos rayos de sol se filtran por las cortinas de las ventanas, camino de regreso del baño tambaleándome, mis piernas están muy débiles, los efectos de las pastillas, el tequila y la falta de comida dan sus frutos y poco antes de tomar el revólver y llevarlo a mi boca caigo sobre el piso de madera. No siento mi cabeza, mis brazos y sólo escucho el sonido del impacto. Mi visión se oscurece y sí era verdad que al fondo de aquella oscuridad aparece esa pequeña luz que viene por mis veintiún gramos que dicen pesa el alma de una persona.

Para cuando despierto una luz blanca me dificulta abrir los ojos. No estoy en el cielo, tampoco en el infierno, sigo en la tierra, acostada en la cama de un hospital. A mi lado se encuentra mi hijo Esteban, con los ojos llorosos, mi fiel amigo Bruno al otro extremo grita muy emocionado al ver que recobro mis sentidos. Mis otros dos hijos aparecen a los pocos segundos mi cama se ve rodeada de caras conocidas y yo muy avergonzada no me atrevo a mirarles a los ojos. Lo único que quiero es estar sola, ¿por qué no me dejaron abandonada en aquella casa? No pedí que me salvaran, tampoco pedí que vinieran a verme, no quiero sus lástimas.

Vuelvo a cerrar mis ojos y con las pocas fuerzas que tengo cubro mi rostro con la sábana. Escucho la voz de Esteban que les pide a todos que abandonen la habitación y eso incluye a Bruno.

- Ya estás sola mamá.

- Vete tú también – le respondo con voz ahogada porque precisamente a él es a quien no quiero ver, pero sé que no se irá.

- Anduve como un mes buscándote. Casi le rompo la cara al gay de tu editor, pero cuando me enteré de los motivos de tu desaparición le rompí la cara al tipo que tienes por marido y si no pagaba la fianza ahora no estaría aquí a tu lado.

- ¿Qué hiciste?

- Le partí la madre a ese cabrón de Rafael. Pasé un día en prisión porque la policía apareció, pero luego de escuchar los motivos y mi desesperación por encontrarte me facilitaron la fianza y retomé la búsqueda con Bruno hasta encontrarte en la casa que alquilabas en Dolores Hidalgo.

- ¿Y dónde estamos ahora?

- Tu estado era crítico, estuviste inconciente por unos días en esa ciudad y cuando mejoraste regresamos a Dallas.

- Ya estoy bien, ya te puedes regresar a Los Ángeles – respondo sin quitar las sabanas de mi rostro.

- Mamá, no actúes como niña, déjame verte.

Esa palabra ‘mamá’ con el tonito que emplea mi hijo me parte el corazón. Accedo a su petición y muestro mi rostro demacrado, con mis cabellos grasosos por los días que llevaban sin ser lavados.

- Sigues siendo bella – sonríe con ese rostro que me hace recordar a su padre. Se sienta a mi lado y toma mis manos, las besa con ternura sin dejar de mirarme, luego pasa sus manos por mis mejillas, mi frente y vuelve a posar sus ojos sobre los míos. Era la viva imagen de su padre: grandes ojos redondos, cabellos lacios y sus labios tan delineados que más de una mujer me había dicho que era su encanto -. El no merece ni una lágrima o sacrificio tuyo. Aún eres joven y puedes encontrar a alguien que te quiera de verdad.

Suelto una pequeña sonrisa, estoy a tres años de entrar a los cincuenta. Ya no soy tan joven, mi cuerpo ya no tiene la silueta de antaño, las patas de gallo han invadido mi rostro, mis senos permanecen levantados gracias a los trucos del brasier. ¿Qué encanto puedo tener cómo lo tiene mi hijo de veintiocho años?

- No trates de levantarme la moral con mentiras – le digo con tono amable acariciando sus manos. Recobro la confianza con mi hijo y decido preguntar por su padre.

- Ese fue el motivo principal que me trajo a Dallas – su voz cambia y baja la mirada. Algo malo había sucedido -. El cáncer de Daniela avanzó demasiado y la internaron de emergencias a los tres días que desapareciste. Estuvo internada dos semanas y no resistió…

- ¡Oh por Dios! – llevo mis manos a mi rostro.

- Murió hace cinco días. Felizmente ya te había encontrado y pude estar con mi padre el día de su entierro.

La noticia me deja con el cuerpo descontrolado. Daniela fue como una madre para Esteban. ¿Cómo pude ser tan egoísta con mis hijos? Su enfermedad no me fue ajena, lo sabía por ellos, pero nunca pensé que Daniela empeoraría tan pronto. Ella todo el tiempo luchó contra el cáncer, por Leonardo y sus hijos y yo quise quitarme la vida porque descubrí que mi esposo tuvo como amante a mi hermana por más de veinte años.

- Daniela quería verte – Esteban retoma la platica -. El detalle nos pareció curioso, pero como nunca tuviste mala relación con ella accedí a llamarte pero no estabas por ningún lado. Al ver que no aparecías decidió escribirte una carta para dártela si es que no llegabas a verla a tiempo – Esteban extrae la carta de su bolsillo y me la entrega -. Y creo que debes leerla a solas, estaré en la sala de espera – me da un beso en la frente y me deja sola con la carta sobre mi cuerpo.

5 comentarios:

Walter Portilla dijo...

Me gustó muchísimo el relato , Juliana. Pensar que a veces es casi por casualidad que llegamos a encontranos en la vida aun estando muy lejos. Me llegó tu relato con un enlace en mi facebook y me alegro de llegar a leerlo. El escritor escribe sobre cosas muy cercanas, pocas las relata en tercera persona o desde una tercera persona. Cosas parecidas que vivimos, nos acercan por instantes y crean lazos que se sienten en el camino.
Las sorpresas que nos depara el destino (aunque algunos digan que no existe), es mayor a la que podemos vivir y sentir desde el otro lado del libro. vendré más seguido. Un abrazo desde Perú.

Fermina dijo...

Gracias Walter y ya conocerás mas secreto de Juliana.

Augusto Anibal dijo...

hola

martha dijo...

fabuloso , me encanto tu relato, y me pongo a seguirte. Besos desde México.

Fermina dijo...

Gracias Martha, espero sigas leyendo los capítulos que vienen...